El amor y el temor de Dios vs. la pecaminosidad humana

Por: Juan C. de la Cruz

“Con el amor eterno (misericordia) y la fidelidad (verdad) se cubre (redime, perdona) el pecado (culpa, iniquidad).” Con el temor de YeHoWaH se evita el mal”. (Proverbios 16:6)

Por eso dice: “En ti hay perdón para que seas temido”. (Salmos 130.4)

¿Qué es lo que establece nuestro texto? ¿No es acaso una relación de contrarios? Entonces:

  1. El eterno amor (o la misericordia) y la fidelidad (la fe en acción) son el antídoto contra el veneno del pecado.
  2. El temor del Señor es el alimento contra el hombre de maldad.

Como puedes notar, se trata de una relación de contrarios, como la de un antídoto contra su veneno. O como el pan contra el hambre.

Eso establece que estas tres cosas: la misericordia (el amor, la bondad), la verdad (fidelidad) y el temor de Jehovácorrespondan al remedio contra la pecaminosidad y la maldad. O sea, las virtudes divinas son totalmente contrarias a la maldad y a la iniquidad.

El sustantivo hebreo _ḥěʹ·sěḏ,_ que aparece en nuestro texto, que la RV traduce, cual también la Vulgata latina, por misericordia; por su parte, la antigua versión griega LXX lo traduce _agapá,_ cual lo hace la NTV «amor inagotable» (unfailing love en inglés). Todas son muy buenas aproximaciones (hermenéuticas) del término. La idea es «amor», y si Ud. quiere, «amor eterno», como dice Dios: «con amor eterno te he amado» (Jer. 31.3); en donde el sustantivo es _ʾǎ·hǎḇǎṯʹ,_ cuya raíz es _ǎ·heḇ,_ de la cual _ḥěʹ·sěḏ_ es un sinónomo derivado. Ḥěʹ·sěḏ se traduce como bondad, fidelidad, benignidad, lealtad, amor, amor inagotable, lealtad, misericordia, devoción, etc.

¿Cuál es la cuestión entonces? 

Que el perdón, o sea, cubrir (redimir) el pecado se logra con una sola sustancia, el amor. De ahí que se diga con tanta fuerza que “De tal manera amó Dios al mundo”… ¿Cuánto y cómo? Dando a su Hijo Único. Note el resultado: “Para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, sino que obtenga la vida eterna”.

El perdón de pecados es una prorrogativa y acción exclusiva de Dios. Nadie ha podido, puede ni podrá jamás quitar, cubrir ni perdonar el pecado del mundo, sino sólo Dios. Eso era lo que molestaba a los doctores judíos en días de Jesús, que Él pronunció: “Tus pecados te son perdonados” sobre algunos; y a otros dijo: “Yo no te condeno, vete y no vuelvas a pecar”… la misma cuestión. Eso puso a los líderes religiosos judíos al volar, tanto que parecían dragones flameantes en su enojo.

Eso hace todo el sentido de por qué Juan el Bautista dijo de Jesús: “Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

La idea permanece. El antídoto contra el pecado es el amor. 

Con esa autoridad y habiéndolos dotado de Su amor inagotable, Jesús comisionó a las apóstoles: “A quietes Uds. perdonen los pecados, les serán perdonados”. (Juan 20.23). No es que los apóstoles estaban siendo investidos como dioses, sino que se les derramaba el amor. Y ellos podían ahora perdonar a quienes les perpetraban mal. La idea es que no es posible perdonar el agravio y las injusticias en la carne, pero sí en amor.

Por eso, Juan Apóstol, comprendiendo a plenitud tanto la doctrina como el don, encerró la pecaminosidad, que es la iniquidad, en “no amar”; por eso “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3.9). ¿Cuál simiente o semilla? “El amor”.  Juan comprende que toda injusticia es pecado; pero también entiende que el amor es un don derramado que impulsa al perdón y a la fidelidad. Fidelidad a Dios y a su palabra; fidelidad al prójimo; fidelidad conyugal; fidelidad familiar… etc.

Es de ahí que se desprende el exaltado significado de “el gran mandamiento de la ley”, y del segundo gran mandamiento… “amarás”. Es un imperativo (por tanto un mandamiento); pero es un don (Romanos 5.5; Gálatas 5.22, 23; 1 Corintios 13). De ahí que se maneje el vocablo “tener” amor, no un mero “mostrar”. ¿Por qué? Es un don, una sustancia. Entonces; “Si yo hablase lenguas… y no tengo amor”… es algo que se otorga y que se posee.

Esa cosa o sustancia otorgada, cuya única fuente es Dios, es lo que impulsa al perdón del pecado y la maldad. Cuando quien perdona es Dios, el resultado es salvación. Cuando quien perdona es usted, implica que posee el amor.

¿Y qué del temor entonces?

El amor eterno (Dios) es requerido para perdonar (a otros). El temor del Señor es requerido para yo no pecar.

El temor del Señor, que es un don otorgado también, produce un efecto distinto al amor. Dios no teme, tampoco puede pecar. Si a las criaturas inteligentes se les retira el temor, pecarán sin control; serán perversas. Si, por el contrario, a una criatura Dios le infunde Su temor, “el temor del Señor”, entonces esta teme a Dios. Y es precisamente ese ingrediente, que procede de Dios, el freno contra la pecaminosidad del pecador que teme.

Yo necesito tener el amor (divino) para perdonar a los malos y pecadores, quienes pecan contra Dios, o contra mí, o contra otros. Sin amor, no tengo la capacidad de perdonar.

Yo necesito tener el temor del Señor en mí para frenar mi pecaminosidad inherente.

En la bondad de Dios, Dios a sus santos, “los que han hecho pacto fiel con Dios” (Salmo 50.5), les imparte a ambos su amor eterno como su temor, para que sean santos y fieles.

De ahí: “Con el amor eterno y la fidelidad se cubre (perdona) el pecado (la culpa).” Con el temor de YeHoWaH se evita el mal”.

¡Amén!

En el vocabulario del Nuevo Testamento, salvo en citas del AT, el término temor casi desaparece. Pero ambos, el temor y el amor (caridad), sustituyen a casi todos los sinónimos del AT. O sea, encontraremos amor y piedad (que guardan sinonimia de significado) como el vocabulario general manejado en el NT.

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