El canon de la Biblia: ¿Regalo de Dios o invención tardía de la iglesia?

Por: Juan José Pérez

Teológicamente hablando, la palabra “canon” (gr. kανον) se utiliza para referirse al conjunto de escritos que fueron inspirados por Dios y que, por ende, son autoritativos para Su pueblo.  La palabra fue utilizada de esa manera por primera vez por Atanasio de Alejandría.  A pesar de que los judíos no solían usar la palabra “canon” para referirse a sus escritos autoritativos, usaban otras frases o conceptos equivalentes: “escritos sagrados” (Dt. 31:24-26; 2 Rey. 22:8), escritos autoritativos (Dt. 17:18-19; Jos. 1:8), “El libro que es contaminado por las manos” (Tradición talmúdica) y “Libros del periodo profético” (Josefo, en su Contra Apion 1:8).   

Pero el hablar de una colección de libros inspirados y autoritativos levanta una pregunta: ¿Quién determinó cuáles eran los libros inspirados y autoritativos que debían ser incluidos en la Biblia? ¿Por qué sólo 66 libros? Muchos yerran al responder esta pregunta porque no distinguen entre la determinación y el reconocimiento del canon. Dicho de otra forma: La canonicidad de un libro es determinada por Dios, aunque es reconocida por Su pueblo. Es determinada por Dios porque no fue Su pueblo quien decidió cuáles libros debían ser incluidos, sino porque fueron inspirados por Dios a través de hombres escogidos como profetas y apóstoles. Lo que hizo el pueblo de Dios fue simplemente reconocer los escritos inspirados, recogerlos y compilarlos en una sola fuente.  La tarea del pueblo de Dios fue entonces, basados en los criterios que Dios mismo dio, reconocer, recoger, compilar y preservar los escritos inspirados. 

El canon del Antiguo Testamento

En primer lugar, con relación al canon del Antiguo Testamento, este inició con Moisés, el paradigma del oficio profético.  Cuando Dios ofreció a Israel tener una relación directa, así como la tenía con Moisés, el pueblo prefirió mantenerse a distancia de Dios y que fuese Moisés quien hablara directamente con Él y que luego hablara al pueblo en nombre de Dios (Ex. 20:18-21). A través de Moisés, Dios dio entonces a Su pueblo las tablas de la ley (Ex. 20:1-17; Dt. 5:1-21; 10:1-5) y el libro de la ley (Ex. 24:1-8; Dt. 31:24-26), documentos que serían las palabras del pacto. Debe resaltarse que Moisés como profeta fue autenticado con señales y prodigios que mostraron al pueblo que Dios estaba con Él (Ex. 4:1-9; Jos. 1:17). Interesante es observar que fue a través del mismo Moisés que Dios reveló que después de él Dios levantaría a otros profetas, es decir, a hombres a quienes Dios hablaría y que tendrían luego la responsabilidad de llevar ese mensaje al pueblo de parte de Dios y con Su autoridad (Dt. 18:15-22). Y no sólo esto, Dios también dejó criterios canónicos para que el pueblo pudiera discernir si el profeta hablaba en nombre de Dios o no: Señales milagrosas autenticarían sus pretensiones (Ex. 3:12, 20; 4:1-9), no podían contradecir lo que ya estaba escrito (Dt. 13:1-5) y las cosas que ellos predecían debían cumplirse (Dt. 18:21-22). Esa era la razón por la que Dios ordenó a los profetas escritores a que pusieran por escrito las profecías, para que cuando se cumplieran, el pueblo reconociera que ellos eran profetas de Dios.  Bajo esos criterios, el pueblo de Dios reconoció, recogió y compiló los libros después de Moisés. Esto queda evidenciado porque en Daniel 9 se nos revela que para su tiempo (durante el exilio), ya existía un grupo de libros reconocidos como autoritativos, los cuales incluían los escritos de Moisés y otros profetas, incluyendo los del profeta Jeremías (Dan. 9:1-6). Cientos de años después el canon fue completado.

Específicamente durante la segunda mitad del siglo II a.C., el patriota judío llamado Judas Macabeo, decidió recopilar todos los escritos proféticos y juntarlos todos en un solo libro.  Posiblemente esta recolección tuvo lugar después de la persecución de Antíoco Epífanes (1 Mac. 1:56-57; 2 Mac. 2:13-15). Puede percibirse que todos los libros del Antiguo Testamento habían ya sido colectados para este período por el hecho de que los judíos de Alejandría hicieron una traducción griega, la Septuaginta (LXX),  la cual contenía todos los libros de nuestro Antiguo Testamento y otros más.  Por esa razón, cuando llegamos al Nuevo Testamento encontramos testimonios de que esta colección estaba completa, reconocida, y dividida en tres partes: La ley, los Profetas y los Salmos (Lc. 11:51; 24:44). A este cuerpo de literatura Pablo le llama “las Sagradas Escrituras” (2 Tim. 3:15-17) y Pedro le llama “la profecía de la Escritura” (2 Ped. 1:19-21), cuerpo que, según el testimonio de ellos, fue inspirado por Dios. Algunas discusiones permanecieron por siglos, pues algunos tenían dudas si ciertos libros y porciones cumplían con los criterios canónicos, pero tales dudas se aclararon en el concilio de Jamnia en el 90 d.C. A pesar de las dudas y discusiones esto, no se pensó en remover estos libros del canon.    

El canon del Nuevo Testamento

En segundo lugar, con relación al Nuevo Testamento, debería decirse que ya estaba anticipado por el Antiguo. Decimos esto porque en Deuteronomio 18:18-19, no sólo se profetizó que después de Moisés se levantarían profetas que debían ser evaluados según los criterios canónicos, sino que también se levantaría un gran profeta como Moisés, en quien Dios pondría Sus palabras. Según el testimonio del Nuevo Testamento, ese Profeta por excelencia es Jesús, llamado el Cristo y de quien todos los profetas darían testimonio (Jn. 4:19, 25-26; Hch. 3:20-24). Como profeta, Él fue enviado por Dios, no como un simple profeta, sino como Su Hijo, el Heredero (Heb. 1:1-2) y Su mensaje vino autenticado por señales y prodigios (Jn. 20:30-31), estaba en conformidad con lo ya escrito (Mat. 5:17-20) y Sus predicciones se han cumplido. Bajo este mismo esquema es que Juan, en el prólogo de su evangelio, presenta a Moisés y a Jesús como los dos grandes mediadores: En conexión al Éxodo, a Moisés como mediador del antiguo pacto, y en conexión a la redención del pecado, a Jesús como mediador del nuevo pacto. Y no sólo como los dos grandes mediadores, sino también como los precursores de los dos cuerpos de revelación: a Moisés introduciendo un cuerpo canónico llamado “la ley” y a Jesús introduciendo un nuevo cuerpo canónico que completa el primero llamado “la gracia y la verdad” (Jn. 1:17). A este cúmulo de revelación Juan le da una interpretación: “gracia sobre gracia” (v. 16). La palabra de Cristo es entonces nuestro canon Neotestamentario. El autor a los Hebreos lo pone con las siguientes palabras: “Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo” (Heb. 1:1-2). Pero las palabras de Cristo no nos han llegado directamente. Así como Dios, en tiempos antiguos, escogió, ungió, preparó y comisionó profetas para llevar su mensaje, así también Cristo escogió, ungió, preparó y comisionó a Sus apóstoles (lit. “enviados”) para dar testimonio de Su Obra y para proclamar Sus enseñanzas (Lc. 24:46-48; cf. Mt. 28:18-20). Al igual que con los profetas de antaño, el mensaje de los apóstoles también fue autenticado con señales y prodigios (Heb. 2:3-4), y al igual que a los profetas, a ellos Cristo les prometió que Su Espíritu los guiaría para asegurar la integridad y confiabilidad de su testimonio (Jn. 14:25, 26; 15:26, 27; 16:12-15). Por esa razón el testimonio apostólico es el canon del Nuevo Testamento (Heb. 2:1-4; 2Ts. 3:14; 1Tm. 5:17-18; 2Ped. 3:1-2; 15-16; 1Jn.1:6) y el fundamento sobre el que se edifica la iglesia (Hch. 2:42; Ef. 2:20). Y aunque inicialmente su testimonio se propagaba de manera oral, ha sido preservado de manera escrita en el Nuevo Testamento (Lc. 1:1-4; Jn. 20:30; 2Ts. 2:15; 2Ped. 3:15-16; 1Jn. 5:13; Ap. 1:11; 21:5). 

A mediados del siglo II d.C., debido a razones misioneras y apologéticas, la iglesia primitiva se vio en la necesidad de reconocer y recoger este testimonio apostólico en un solo volumen.  Entre los primeros libros en ser reconocidos y recogidos tenemos las cartas de Pablo. Testimonio de este temprano reconocimiento del corpus paulino lo encontramos en padres como Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, Policarpo, etc. Con relación a los evangelios, Lucas nos informa que “muchos han tratado de compilar una historia de las cosas que entre nosotros son muy ciertas” (Lc. 1:1). 

Con relación a la cantidad de registros, es algo incierto. La primera referencia a 1 de los 4 evangelios canónicos la tenemos en el didaché para fines del siglo I, donde el autor exhorta a los hermanos a no orar como los hipócritas, sino “como el Señor mandó en Su evangelio”. Que el evangelio de Juan existía ya para fines del siglo I es evidente por el hecho de tener fragmentos del mismo en un famoso papiro (Rylans), que data del 130 d.C. Una referencia a los evangelios, en plural, la tenemos en la apología de Justino Mártir (150 d.C), donde las memorias de los apóstoles son llamadas “evangelios”. Con relación a los demás libros del Nuevo Testamento, Hechos fue separado de Lucas, el cual fue unido a los demás evangelios, mientras que Hechos fue dejado como un sólo volumen, sirviendo como puente entre los evangelios y las epístolas, Además proveyendo así el fundamento histórico para las epístolas Paulinas y universales. 

Al igual que con el Antiguo Testamento, a pesar de la temprana aceptación de los 27 libros del Nuevo testamento, algunas discusiones se levantaron con relación a la genuinidad de ciertos libros y su inclusión en el canon, libros como Hebreos, Santiago, 2 Pedro, 2-3 Juan y Apocalipsis, discusiones que fueron aclaradas en el concilio de Roma en el 382 d.C. 

Conclusión

En fin, el pueblo de Dios no fue quien determinó cuales libros debían ser incluidos en el canon, sino que fue el instrumento que Dios utilizó para reconocer, recoger y compilar los escritos sagrados, pero no de manera antojadiza ni azarosa, sino siguiendo los criterios divinos revelados: ¿Testifica de su propia autoridad? ¿Dice ser palabra de Dios? ¿Fue escrito por un profeta o por un apóstol? ¿Coincide la fecha de su escritura con el período profético y apostólico? ¿Coincide con lo que ya estaba escrito? 

 Pérez, Juan José: Apologética Cristiana: El Milagro de la Vida. Tesis presentada al consejo del SBS en Junio del 2024, págs. 17-19

El Pastor Juan José Pérez es Doctor en Estomatología, egresado de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Fue convertido al cristianismo en el año 1994 y fue ordenado al pastorado en el año 2009 en la Iglesia Bautista de la Gracia, Santiago, Rep. Dom. Posee un certificado en estudios teológicos (C.T.S.), un diplomado de estudios teológicos (D.T.S.), una maestría en estudios teológicos (M.T.S.), y una maestría en Divinidades (M.Div) bajo el currículo del Seminario Bautista Reformado (RBS), Taylors, Carolina del Sur. Posee también un Ph.D con el Southern Baptist School. Sirve como pastor de visión y predicación en la Iglesia Bautista de la gracia y como decano de la Academia Ministerial de la Gracia. Tiene 19 años de casado con Ylka, y tienes tres hijos: Lya, Caleb y Samuel.

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