EL MANDAMIENTO DE LA GRACIA

Por: Juan C. de la Cruz

10 de septiembre del 2024, 6:30 a.m. Greenville-Spartanburg a Miami

(Mateo 22.34-40)

[34] Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una. [35] Y uno de ellos, intérprete de la Ley, preguntó para tentarlo, diciendo: 

     [36] —Maestro, ¿Cuál es el gran mandamiento en la Ley? [37] Jesús le dijo:

     —“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. [38] Este es el primer y grande mandamiento. [39] Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. [40] De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.

EL MÁS GRANDE ESTABLECIMIENTO JAMÁS

Este quizá sea, sino el más, al menos uno de los Top 5 pasajes más central e importantes de toda la Escritura. En él, nuestro Señor no sólo respondió una pregunta maliciosa que procuraba sacarlo de sus cabales debido a lo elemental de la pregunta de parte de aquel doctor en derecho canónico. Pero en vez de ofenderse, nuestro amado Señor respondió al hombre con una calma y una paz amorosa santa, sincera y sin igual; pero también puntualizó, al citar textualmente la SHEMÁ, de la TORAH (cf. Deuteronomio 6.5), que “amar a Dios con todo nuestro ser” es no solo el primero, sino el más grande de los mandamientos. O sea, que no existe comunicación, establecimiento ni mandato en toda la historia universal más importante y exaltado que tal mandamiento. Esa es una declaración súper extraordinaria de parte del Señor. Estoy agradecido de que aquel malintencionado doctor de la ley haya interpelado al Señor con dicha pregunta; y más aún que nuestro gran Dios haya orquestado que esa pregunta con su divina respuesta forme parte del Sagrado Evangelio de Jesucristo. ¡Gracias amante y buen Dios nuestro; bendito seas Tú por los siglos!

Un vínculo excepcional y necesario

Jesús no solo (1) puso en perspectiva aquí que hay un orden de valor de verdad en la comunicación divina, en la Palabra santa y verdadera de Dios; sino que (2) conectó este exaltado y gran mandamiento con el segundo en su escala y grado de importancia, a saber: “Amarás a tu prójimo (semejante) como te amas a ti mismo”. Esta conexión engendró un cambio radical en la comprensión del gran mandamiento de la Ley Divina. Y digo esto porque es casi imposible desvincular la declaración del Primer y más grande mandamiento de la Ley del plano de lo metafísico sin su semejante mandamiento, el Segundo.

La shemá era (y es) memorizada y recitada por todo judío de corazón y religión. De ahí lo ofensivo de la pregunta del doctor, como si en un examen oral le pidieran a un profesor de matemáticas que solicita trabajo como maestro que resuelva el problema aritmético de ¿Cuánto es 2+2? Pero tales ejercicios de memoria y recitación no desvincularon el mandamiento del reino de lo metafísico, debido a la naturaleza del objeto que se mandaba a amar. Como si se le pidiese a alguien expresar sus afectos por los colores del viento. ¡Es complicado!

Pero, la conexión que hizo nuestro Maestro lo cambia todo. Como si el doctor le hubiera preguntado a Jesús: ¿Ok…? ¿Y cómo hago eso? La conexión con el mandamiento inmediato lo cambia todo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Y si tienes alguna duda de quién es tu prójimo, Jesús resolvió el acertijo en la Parábola del buen samaritano de Lucas 10. Por cierto, Jesús no sólo explicó con dicha parábola la cuestión de quién es mi prójimo, sino que resolvió también el asunto de “cómo se ama al prójimo”. Sobre esto, el señor ilustró sobradamente este vínculo, y su vínculo con la salvación en el discurso escatológico sobre el juicio en Mateo 25. Por cierto, de hecho, el mandamiento es trascendental e incisivo al respecto: “Amarás a tu enemigo”. Incluso tu enemigo, si alguno, es tu prójimo a ser amado. Aquel que te violó o que maltrató a tu hijo (a); tu ex-cónyuge; el vecino que haría el mundo mejor si estuviera muerto; tu padre que te abandonó cuando pequeño(a)… etc. Y no importa si es ruso, iraní, haitiano, gringo, alemán, etc.

Por eso pregunta a modo retórico el sagrado escritor: “¿Cómo se atreve alguien a decir que ama a Dios a quien nunca nadie ha visto, si no ama a su hermano?” Tal desvinculación del amor es impropia e imposible. Así que en estos dos mandamientos tenemos un instrumento, llamémoslo “amorómetro”. ¿Cómo mido mi amor a Dios? En mi amor al prójimo.

Otro vínculo magistral

Yo sé, yo sé… En los discursos de nuestro Señor, cual la Palabra de Dios, no hay desperdicio ninguno. Pero aquí no estoy hablando de desperdicio. Me estoy refiriendo al orden de importancia de las declaraciones, establecimientos y mandamientos divinos. Por increíble que nos parezca, hay un Primer y más importante y grande mandato, y un segundo, y un décimo-tercero, y también un quincuagésimo-noveno, etc. No es un ejercicio teológico vago; es un desentrañamiento de las declaraciones precisas del Señor.

Pero aparte del vínculo indivisible entre el primer y el segundo mandamiento de la Ley, en el v.40 de nuestro texto, Jesús conectó, en orden de dependencia toda la Escritura Sagrada con estos dos mandamientos: 

De estos dos mandamientos pende (cuelga, está guindada) toda la Escritura (dígase: la Ley y los Profetas)”.

Esto es exaltadísimo. Y como bien declaró Agustín en su libro “De la doctrina cristiana”, que “toda interpretación y aplicación bíblica válidas y posibles, convergen en el mandamiento del amor”.

O sea, hermanos en Cristo, servidores del Señor, intérpretes, maestros, predicadores, consejeros y escritores cristianos… Todo principio, declaración, mandamiento y establecimiento divino, descansa en estos dos mandamientos. Siguiendo esta regla serás un buen ministro de Jesucristo.

Este texto es digno de ser memorizado. No hay otro igual. Se trata de lo más exaltado en toda la Palabra de Dios al hombre.

LA LEY NO ESTÁ EN PUGNA CON LA GRACIA

Un fenómeno extraño que suelo observar en la enseñanza cristiana es que se suele poner en pugna la ley vs la gracia. Expresiones como “eso es del Antiguo Testamento”, o “los santos no estamos obligados a guardar la ley”, o “eso no se encuentra en el Nuevo Testamento”, etc.

Lo cierto es que “la gracia” y “la ley” vienen de la misma fuente, Dios. La gracia, a resumidas cuentas, es “la dádiva del Espíritu Santo”, dígase si se quiere “la dádiva de Cristo al hombre por parte del Padre Dios para que este sea salvo por medio de Jesucristo”.

¿Y adivine qué? La gracia en cuanto a sustancia y principio (la caridad) es el amor mostrado y derramado. De hecho, en la antigüedad, por imposición del latín (y en parte del griego), amor no solo era sinónimo de caridad, sino que caridad era la palabra más frecuentemente usada para el amor. ¿Qué estamos diciendo aquí?

  1. Que el más grande mandamiento de todos, de hecho, los más grandes mandamientos de todos, consiste en amar. Sí, a Dios y al prójimo.
  2. Que, por relación de igualdad o semejanza, la gracia (la caridad) y el mandato a amar son esencialmente lo mismo. Uno es un mandamiento, una declaración imperativa, que se pronuncia verbalmente: AMA; otro es un principio impartido, una sustancia imputada, que se pronuncia en sustantivo: AMOR.

ALGUNAS APLICACIONES PRÁCTICAS

  1. En la santísima, infalible e inerrante Palabra profética y divina existe orden de importancia. (a) Hay mandamientos en orden: primero, segundo, tercero, y así. (b) Hay orden de importancia: más grande o más importante, en segundo lugar, en tercer lugar, etc.
  2. El amor es un don. De hecho, un don que se imparte al hombre en la regeneración o como fruto de esta.
  3. En materia de la gracia dada, los dones impartidos, también hay algunos menores (no en un sentido moral, pero de utilidad) que otros, de ahí: “Anhelen, pues los dones mejores” … y, de hecho: “Yo os muestro un camino más excelente… el del amor. Ver 1 Corintios 12 y 13.
  4. La más exaltada gracia (entre las gracias comunicables) es precisamente “el amor”, que es a su vez “el gran mandamiento”.
  5. En consecuencia, amar es equivalente a guardar todos los mandamientos. Por eso Juan en su primera carta se atrevió bajo el poder de la inspiración divina a decir que “el que ama, que cumple la ley perfecta; no peca”; o sea, Juan relacionó el pecado con un acto de no amar. Y no creo que se necesite ser un exégeta extraordinario para ver la relación de contrarios entre “AMAR” y “PECAR”.
  6. Ama y serás perfecto. Y, amados, no amar es un grave problema. Si el amor (la caridad) es un don impartido; y si es un mandamiento superior y rector; ¿Acaso tiene algún sentido no amar, si se reclama haber nacido de nuevo? 
  7. Yo creo que la mayor muestra de amor posible al prójimo es predicarle el evangelio.

El amor es más que un concepto, declaración, mandato, establecimiento, etc. Se trata de un principio, una sustancia y una fuerza activa, positiva y dinámica. 

Pablo terminó refiriendo esta exaltada gracia que el que no la posee (1 Corintios 13), no sirve para nada. Una persona puede incluso tener mucha fe y ser acabado en entendimiento (dones espirituales), y si carece de esta gracia, la rectora, de la que cuelgan las demás, no le sirve de nada. O sea: “es imposible ser regenerado si uno no ama”.

Al final, la cuestión no creo que sea cuanto uno ama, sino que verdaderamente ama. Personalmente se me hace difícil ver una dosificación del amor como decir “yo te amo un 75 por ciento” o algo así. Se me dificulta ver eso; cosa que sí podría decirse de la segunda más exaltada de las gracias “la fe”. Pero este escrito tan breve no alcanza hasta ahí.

Estimados: “Amar es tanto un santo mandato como la gracia en sí misma”.

¡Ama a todos!

¡Amén!

Juan Carlos de la Cruz Nació de nuevo cuando tuvo 10 años; si bien confiesa que se reconvirtió varias veces en su juventud temprana. Está casado con la doctora en medicina, teóloga, músico y maestra Anabel Santos. La pareja ha procreado dos hijos, Christ y Carlos (adolescentes ahora). Juan, además ha sido Pastor Bautista por mas de dos décadas (ver www.facebook.com/ibnjrd). Además de ingeniero químico, Juan es teólogo, ostentando múltiples maestrías en los campos de Ciencia y Teología, incluyendo un doctorado en Filosofía (PhD). Juan ha trabajado en diversos campos, es un escritor de profusa pluma, con unos 20 ‘libros’ publicados hasta ahora (en varias editoriales), decenas de ‘artículos profesionales’ (en múltiples plataformas y revistas), y más de ‘artículos de opiniones’ en periódicos y páginas diversas.

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