MUY DIFÍCIL DE ENTENDER

Por: Juan C. de la Cruz

“La nueva antropología”.

ESTE PASAJE ES MUY DIFÍCIL DE ENTENDER AÚN PARA UNA MENTE REGENERADA. Una mentalidad natural (por ser animal, irracional y diabólica), no podría nunca entender lo que expresan estos versos bíblicos.

El contexto amplio del pasaje es LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE, que trae como resultado EL DERRAMAMIENTO DEL AMOR DE DIOS en nuestros corazones. O sea, la explicación de las dos acciones milagrosas más exaltadas de todo acontecer universal. En otras palabras: 

(1) Cómo es el pecador inducido a la inocencia o justificación: POR LA FE SOLA EN JESÚS SOLO.

(2) Y cómo es el pecador inducido al bien obrar: PORQUE EN CONSECUENCIA DE

LA FE DERRAMADA EN ÉL (UNA GRAN GRACIA), ESTE CONSECUENTE E INSTANTÁNEAMENTE RECIBE LA MAYOR DE LAS GRACIAS DIVINAS (SI ESTAS SE PUDIERAN PLURALIZAR), EL AMOR.

El milagro es de naturaleza de principio a fin. En realidad, y por disposición y decreto divino, según Su propósito electivo, el pecador es investido con EL DON DEL ESPÍRITU, quien imparte LA FE y EL AMOR en el corazón del receptor. Hay que entender aquí que el justificado o regenerado lo es precisamente por la ahora morada del Espíritu de gracia, de poder, de amor y de dominio propio que, a partir del decreto de justificación por la fe, comienza a habitar en el creyente.

O sea, el regenerado ahora tiene “cuerpo, alma y espíritu”, pero no el espíritu del hombre (que es el alma), sino el Espíritu de gracia habitando en él como un sello de gracia. Perder eso de vista, es no comprender ni un ápice de la nueva antropología, la regenerada. El creyente, se podría decir, es tripartito en virtud del Espíritu (la nueva naturaleza, la regenerada), a saber: CUERPO, ALMA Y ESPÍRITU. ¿O no tiene acaso el creyente el Espíritu de Cristo habitando en Él? Y, atención, yo no estoy sugiriendo aquí que la divinidad se funde en la personalidad humana, pero sí estoy seguro de que la Divinidad al menos posee a la humanidad regenerada y hace al hombre transformado templo Suyo.

Los teólogos suelen dar muchas vueltas en estos menesteres de la nueva antropología del regenerado. Es un problema de bloqueo justificador. El pensador cristiano suele pensar en el cristiano como una persona esencialmente igual al incrédulo. Pero eso sería una profanación.

Señores, el cristiano es totalmente otro a que solía ser. Él no solo “ha sido hecho participante de la naturaleza divina” (2 Pe 1.3), sino que en tal virtud ha sido restaurado y regenerado. La regeneración es futura en un sentido concreto y holístico (físico-espiritual), pero en otro (en el sentido espiritual) es una realidad pasada y presente. 

El nuevo hombre, que se va conformando a la imagen del que lo creó de nuevo, Cristo, ahora tiene “la mente de Cristo” (1 Co 2.10-14). Y tal hombre, ahora y solo ahora, así y solo así, puede verdaderamente creer y verdaderamente amar, no solo puede, lo hará. Ahora la justicia, la verdad y la misericordia son sus frutos.

¿Porqué es tan difícil de entender el texto en cuestión?

Porque las explicaciones teológicas suelen ignorar la nueva realidad antropológica del regenerado, y tienden a pensar en una justificación decretada, no en una naturaleza transformada. No es a propósito necesariamente, sino que es una secuela del método. La teología de castillos suele ser una filosofía humana en su método, lo que provoca la privación mental de la comprensión de la fe. O sea, las preconcepciones aprioristas suelen dominar las conclusiones teológicas, al menos en materia de la antropología. Y el teólogo agustino, tomista y kantiano (que comprenden casi la suma del pensamiento teológico), tiene problema al intentar escapar del método de los griegos y migrar al exegético y teológico bíblico. Mínimo recrea una mixtura enfermiza. 

Eso lo veremos reflejado en la discusión y comprensión de la imago Dei. Yo creo que los únicos teólogos que he visto dar en el clavo aquí son Jonathan Edwards y Samuel Hopkins (y la escuela de la Nueva Teología). Pero creo que resulta imposible ser un exégeta (teólogo) bíblico y no llegar a una conclusión de una naturaleza nueva, transformada o regenerada en el creyente. No un hombre que fue dejado “totalmente depravado”, sino habiendo sido hecho un “templo del Espíritu”, un recipiente del Amor de Dios, un hombre transformado a la “imago Christus“, que va perfeccionándose hacia tal modelo, y que ahora quiere y puede caminar en la dirección de la piedad y la espiritualidad santa.

Y ese Amor de Dios mostrado en nuestro texto, de que “Dios ha mostrado Su Amor para con nosotros, en que siendo todavía pecadores, a su tiempo Cristo murió por nosotros“, resulta tan difícil de comprender precisamente por nuestra predisposición filosófica, mediante la cual entendemos el amor como si fuera un bien natural. Y no existe predisposición a priori más descabellada que esa. Un ser humano nace sin una sola gota de tal Amor. Ese amor es impartido o derramado en el corazón regenerado en la obra misma de la regeneración espiritual. Todo en virtud del nuevo elemento que ahora posee el creyente verdadero, a saber, Dios habitando en él. Ese Espíritu que conforma la nueva antropología es portador de ese amor y quien infunde la fe en los elegidos, en la arena (el contexto) de la evangelización.

Igual pasa en la preconcepción de la “depravación total”. El creyente decanta en esto según su predisposición filosófica de verse como “un depravado total”, aunque la narrativa bíblica lo justifica, lo llama perfecto, santo, bueno, piadoso, etc. Es algo asombroso como el pensamiento filosófico incrustado en el entendimiento se sobrepone a la evidente narrativa de la Revelación.

Otro ejemplo de la predisposición, como les dije antes, es la explicación de la antropología humana regenerada, la “imago Dei” en el hombre. El filósofo cristiano se rehúsa a ver a un hombre muerto, y a coro con Pelagio observa alguna traza, aunque sean gotas, de la naturaleza divina en el hombre caído. La escritura es enfática respecto a que, de nacimiento, el hombre está totalmente muerto en su espiritualidad. Pero la preconcepción filosófica antropológica me obliga a ver algo de Dios, aunque sean gotitas dispersas, en el recién nacido y en el hombre. Nos quedamos con la originalidad de la creación en la cabeza, y nos rehusamos a ver la caída (muerte) total en la humanidad. Y en su ausencia, al menos le otorgamos cierta materialidad a Dios; porque algo de semejanza debe haber entre el hombre y Dios.

Pana, no hay ni una gota de Dios en el diablo, como tampoco en ningún descendiente de Adán. A partir de la regeneración es que comienza a forjarse la imagen de Cristo en la nueva creación. De ahí: “De modo que si alguno está en Cristo, es una nueva creación”.

Y, señores, es en la regeneración que “el Amor de Dios” se derrama en nuestros corazones.

Y es precisamente y solamente ahí que los creyentes (tú, cristiano) “ahora somos hechos hijos de Dios… No de consanguinidad ni siendo carne de su carne, sino DE DIOS“, es decir “de Su Espíritu”.

Juan Carlos de la Cruz Nació de nuevo cuando tuvo 10 años; si bien confiesa que se reconvirtió varias veces en su juventud temprana. Está casado con la doctora en medicina, teóloga, músico y maestra Anabel Santos. La pareja ha procreado dos hijos, Christ y Carlos (adolescentes ahora). Juan, además ha sido Pastor Bautista por mas de dos décadas (ver www.facebook.com/ibnjrd). Además de ingeniero químico, Juan es teólogo, ostentando múltiples maestrías en los campos de Ciencia y Teología, incluyendo un doctorado en Filosofía (PhD). Juan ha trabajado en diversos campos, es un escritor de profusa pluma, con unos 20 ‘libros’ publicados hasta ahora (en varias editoriales), decenas de ‘artículos profesionales’ (en múltiples plataformas y revistas), y más de ‘artículos de opiniones’ en periódicos y páginas diversas.

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