¡ASÍ SON LAS COSAS!
La desgracia del etnicismo sionista evangélico y “la proposición bíblica”
Por: Juan C. de la Cruz

1. Dios crea el universo y todo lo que lo puebla, todo excelente y desmedidamente bueno. (Ver Génesis 1.1, 2, 31). No hay absolutamente nada en el universo que no haya sido creado por Dios, por cierto ‘ex nihilo’ (de la nada -ver Hebreos 11.3). Y la humanidad (varón y hembra) es la corona de la creación divina (ver Génesis 1.27, 28; Salmos 8.5).
2. A pesar de la híper perfección con que fue hecha toda la creación, los ángeles (seres inteligentes del mundo espiritual) fueron creados con cierto grado de libertad, y de igual manera los hombres fueron hechos de libre voluntad y determinación. Y ambos “un grupo de los ángeles, entre ellos Satanás -un querubín exaltado”, y luego la génesis de la humanidad “Adam y Eva”, decidieron obrar según bien les pareció (Génesis 3 resume tal historia). Adam y Eva tomaron la decisión de hacer caso omiso al único mandato prohibitivo que les había dado Dios: “Que no comieran del árbol que Dios había plantado en medio del huerto, el de la ciencia del mal y del bien”; es decir, el árbol que les induciría “al comer de él, que es desobedecer” al entendimiento o discernimiento de lo bueno y lo malo. Eso fue una fatalidad, porque implicó el abandono de Dios, el alejamiento de la gloria de Dios; la presencia de Dios ya no estaría con Adam y Eva. Y esa fatalidad implicaría que no podrían jamás tomar una sola decisión buena. O sea, el ser humano necesita sí y sólo sí la presencia de Dios en él para poder hacer el bien. Esa capacidad e investidura fue voluntariamente despechada por Adam en su iniciativa de desobediencia.
3. Dios había definido un plan de acción desde antes de los tiempos de los siglos para arreglar la horrible -pero natural- decisión humana (no natural por defecto, sino dependiente). O sea, el hombre fue creado para depender de Dios en sus afectos y determinaciones. De hecho, por ejemplo, el amor, no es una virtud natural sino espiritual; y si Dios no muestra su gracia a un ser humano, el tal nunca podría amar; lo mismo pasa con la verdad y el bien. O sea, si Dios hubiera decidido dejar a Adam y su posteridad sin su gracia y soporte, el infierno le quedaría corto al mundo; y no habría ni una gota de paz, luz, amor, bondad, templanza ni fidelidad en el mundo – ¡imposible!
En fin, el plan de Dios era una nueva creación en El Amado (Su Hijo). Y todo debía ser obra divina de principio a fin, como en la creación del mundo, ahora la regeneración del alma humana. Eso es un plan exaltadísimo.
4. En la maldad inmediata de la humanidad, según contenida en la narrativa bíblica de los orígenes (una narrativa breve, pero perfecta), el hombre se volvió fiero (ver Génesis 4; 6.1-5). Dios eventualmente “destruyó casi todo lo hecho de carne; reservando muchas especies y dejando 8 individuos humanos que preservaría en una inmensa embarcación que se tomó 100 años su construcción, diseñada por Yehovah Dios” (ver Génesis 6 al 9). Claro, eso para nada resolvió el problema, aunque Noé era justo por la gracia de Dios. Eventualmente los descendientes de Noé -salvados en el Arca- procuraron asaltar a Dios. Decidieron construir una torre alta y llegar a la cima del cielo. Dios les ahorró la estupidez cambiándole el idioma (que hasta entonces era uno). Ahí el Señor de forma milagrosa cambió el chip del lenguaje en los cerebros humanos y surgieron varias decenas de lenguas; hubo confusión; los grupos no se entendían y comenzaron a segregarse. Al menos desistieron del proyecto de la torre alta que llegase al cielo en la miope visión astronómica de aquella sociedad relativamente primitiva, pues por entonces el mundo tenía no más de dos milenios de existencia. (Ver Génesis 10, 11). Ahí surgieron las culturas y las naciones. El elemento neurálgico de una cultura es su idioma, y las culturas son muy muy alimentadas por su geopolítica y su entorno. Un grupo de humanos segregados del resto, inclusive en el idioma, automáticamente engendrará una nueva cultura (no raza).
5. El Señor Yahovah, pasado el tiempo, llama a un hombre: Abram. El llamado de Dios en sí mismo es una muestra de Su Gran Gracia (igual que pasó con Enoc, Set y Noé (Génesis 5, 6). La humanidad en los días de Abraham tenía una noción no tan borrosa del Dios de la creación. El libro de Job nos da fe de la conciencia de Dios que había en los pueblos, incluso en general -aunque había muchas culturas politeístas- el monoteísmo era abundante. Hay cientos de relatos del diluvio universal de la época postdiluviana y pre-Abrahámica. Los relatos chinos antiguos dan fe de su monoteísmo generalizado. Incluso en la época abrahámica y pos Abraham los pueblos tenían una conciencia clara del Dios creador. En Egipto, a pesar del politeísmo imperante, estaban conscientes del Dios de la Creación. La nación de Israel no existía por entonces. El idioma hebreo aparentemente sí, pero no Jacob. Esa amalgama de creencias, en donde la noción de Dios postdiluviana seguía siendo muy clara y fuerte, está bien narrada en las Escrituras (Génesis y Job) y en los relatos antiguos que se conservan en los hallazgos arqueológicos antiguos y modernos.
6. Dios hizo un pacto de bendición con Abraham. Y aparte de asegurarle que de un hijo suyo con su esposa Sarah saldría una nación que duraría perpetuamente, le prometió naciones y una descendencia incontable en su fe. [ah, por cierto, Abraham no solo era monoteísta -dentro de la sopa politeísta, como Job, etc.; sino que igual que Job -y de seguro otros miles- era monógamo estricto al mismo tiempo]. Sí, el politeísmo era extendido, pero había muchos monoteístas y temerosos del Dios verdaderos0 (en lo que cabe la expresión); y lo mismo en el caso de la poligamia. Eso, claro está, no dice nada de la regeneración en sí. El mismo Abraham era monoteísta y monógamo, y aún no había sido llamado por Dios ni investido con la fe salvadora. Es como en el mundo de hoy: por increíble que nos pueda parecer, la conciencia del Dios verdadero es la norma, y no necesariamente por el esfuerzo judeo-cristiano. Si fuera por los judíos, el mundo se hundiría en su miseria (esa gente ha tenido, tiene y tendrá una actitud exclusivista, igual que Jonás). La larga conciencia de Dios que ha portado la humanidad -ajena a la regeneración- es un asunto divino también. Entre los musulmanes, a pesar de ser de ideales poligámicos, increíblemente encontraremos millones de familias monogámicas por convicción personal… y sorpréndase, al margen de la regeneración, casi todos los musulmanes son monoteístas, con una convicción y noción bastante acabada del Dios verdadero. Eso les puede parecer sorprendentes, pero es ciertísimo. Y no es ni el fruto de la expansión del cristianismo, ni de que el islam sea una religión abrahámica, salida de una sopa de judeo-cristianismo en el siglo VII de nuestra era (nada que ver). De hecho, lo que es hoy el mundo árabe, es aproximadamente el mismo mundo de la era de Job y de Abraham, y siempre ha sido de tendencia monoteísta (y el Dios en que creen Alá, es esencialmente el Dios de la Biblia hebrea).
Ahora, el Pacto de Bendición que Dios hizo con Abraham (que antes del llamado se llamaba Abram), se extendería a todas las familias (etnias) del globo. La gloria de ese Pacto no era la cuestión ni de la nación de Israel, si de Ismael, ni de Moab, ni de otras decenas de pueblos que saldrían de sus lomos. Tampoco fue ase el asunto con la descendencia de Noé -de quien literalmente salieron todas las etnias, sobresaliendo los semitas (de la que salen Israel, Persia, Babilonia, etc.). La intención de Dios nunca se ha definida ni apuntala hacia un plan étnico ni consanguíneo – ¡nunca! Y resulta lamentable que muchos amadores de Dios, pensadores y teólogos hayan copiado y copien algo así (étnico y carnal) en la narrativa bíblica; pues obviamente esa no es la intención de Dios. Recordemos que el plan redentor de Dios en el pasado no tuvo que ver nada ni con Abraham ni con Israel. Israel es una nación tardía, con literalmente alrededor de 4,000 años de historia desde que era una familia acordeón (en Jacob), y de esos 4,000 años de historia, en los primeros 500 años no tuvieron patria y fueron meros campesinos sin nombre. Y luego que emigraron de Padan-Haram (Siria) a Canaán y a Egipto (y en Egipto estuvieron por 430 años), duraron casi medio siglo en los desiertos como nómadas. Y luego, duraron más de 400 años en conquista y establecimiento en el período de los Videntes caudillos y los Jueces. Israel fue un pueblo más o menos estable y poderoso sólo durante la dinastía unida, y no cuando Saúl, sino cuando David y Salomón (o sea, poco menos de un siglo). Después, entre deportaciones, conquistas, etc., Israel nunca ha sido importante. El único -literal- período raro de Israel como nación es el actual (después de haber durado casi 2,000 años dispersos entre las naciones. Y su importancia política radica en una visión truncada y para nada bíblica de ‘los cristianos que han asumido al Israel étnico como el pueblo de Dios a partir del sionismo Darbyista’. No que Israel sea cristiano -de hecho, son ateos en general- pero los cristianos y el mundo cristianizado (que geopolíticamente dominan el mundo) han querido asumir a Israel como “el pueblo de Dios”. A mi juicio “una fatalidad” y una terrible desgracia geopolítica, casi al nivel de una maldición para el mundo y los fines de la causa de Dios. Pero la vulgar hermenéutica y exégesis bíblicas de una parte importante del pueblo de Dios, bajo el ingenio del gran John Darby, ha encaminado en la modernidad a ‘esa visión lamentable de la etnicidad y la teología cristiana’. Oro que el señor ayude a su pueblo a despertar y dejar de apoyar el ateísmo, el liberalismo, el aborto, el socialismo (los judíos son los padres del comunismo en Karl Marx, de la desmitificación de la inmoralidad sexual en Sigmund Freud, del relativismo ideológico en Albert Einstein, y de la ideología de géneros en Judith Butler y la fundación Rockefeller, etc.), y son los responsables ideológicos (con Benjamín Netanyahu a la cabeza del plan, en su libro “Lucha contra el terrorismo” -Fighting Terrorism), de los genocidios étnicos como los que se han cometido contra Irak, Gaza, el Líbano, Siria, etc.
Y no con esto estamos, para nada, apoyando el morbo de Lutero, ni de los Reformadores Magisteriales y de los Católicos Romanos anti moriscos y anti judíos (los odiaban de muerte), cosa que ni aceptaré ni entenderé. La inquisición que originalmente fue anti morisca y anti judía (no anti protestante, eventualmente fue antiprotestante).
EL PACTO ABRAHÁMICO ENTONCES no tiene nada que ver, en su finalidad redentora, ni con el Reino Unido, ni con Estados Unidos de América (como lo contemplaron los padres puritanos), ni con Israel, ni con nación alguna. Ver la redención en algún ápice como algo ligado al etnicismo, y/o a la geopolítica, y/o al judaísmo, es fallar al blanco de la voluntad y el plan de Dios.
Dios no le dijo a Abraham que en Israel serían benditas todas las etnias, sino “en tu Simiente” (lo que Pablo explicó con lujos de detalles en varias de sus cartas: Gálatas 3.15, 16; Colosenses 1.15-22; Romanos 9-11; Efesios 2; etc.). O sea, que El Descendiente (la Simiente); el Hijo; el Amado; el Israel; el Redentor; etc.… es Jesucristo.
Y en tal virtud, la multitud prometida a Abraham, a Adam, a Isaac, a Jacob (Israel), a David y al Pueblo del Pacto, no era étnica sino multiétnica, no era al Israel en la carne (étnico) sino al Espiritual. Por lo que “la gran y exaltada Comisión de Cristo” (Marcos 16.15, 16; Mateo 28.18-20; etc.) no tiene en lo absoluta nada que ver con Jacob/Judá/Israel/Sión/Jerusalén (terrenal), sino con el Descendiente, a saber, Cristo.
Se han salvado y se salvarán judíos, gazatíes, sirios, iraquíes, persas, alemanes, rusos, haitianos, somalíes, sudamíes, sudafricanos, japoneses, coreanos, chinos, americanos, españoles, brasileños, etc., y no pocos. Hermanos: “de todo pueblo, tribu, lengua y nación”. Y esa debe ser tanto la premisa como el enfoque de la teología bíblica y cristiana “salvación en Cristo, por Cristo y para Cristo” para una multitud incontable de todos los términos de la tierra.
Hermanos amados en Cristo, Darbyistas, luteranos, reformados, anglicanos, bautistas, pentecostales, aliancistas, independientes, armenios, fundamentalistas, congregacionalistas, etc.: ¡No habrá jamás un plan diferente de Cristo y en Cristo! Eso está todo cristalino y muy claro en las páginas del Libro de Dios.
Amados, cristianos, lo por venir no es ni común ni terrenal. Así como fue cumplida con gloria, fuego y estruendo la Promesa del Padre del Nuevo Pacto en la venida del Espíritu Santo y de Cristo (dos Personas de la Trinidad) hace alrededor de 2000 años; igual y con más exaltada expectación aguardamos, según Su Promesa, Cielos Nuevos y Tierra Nueva; Un Universo Nuevo donde habrá solo justicia, abundancia, paz, gozo y absoluto bien; un Mundo Nuevo coloreado de amor y decorado de todas las bellezas imaginables e inimaginables.
No nos movemos hacia algo menos que eso. Un reinado como el de David en Israel, donde hubo todo tipo de intrigas, traiciones, abusos del poder, guerras sin fin, plagas y demás no es lo que vendrá en lo por venir… -¡jamás y nunca! No, no, no, sino que nos movemos a lo descrito en el párrafo anterior. Este reino fue inaugurado por Su Rey, nuestro Rey, hace dos milenios, y no se mueve hacia atrás ni una pulgada, ni hacia cuando Salomón ni hacia cuando David. No es un reino de este mundo, y nunca retrocederá. Se mueve en escala ascendente hacia la Nueva Jerusalén, la que no tiene nada que ver con “Sodoma y Egipto, donde también fue crucificado nuestro Señor“. (Apocalipsis 11.8)
¡Alabado sea el Señor Jesucristo por sus promesas cumplidas y sus promesas en cumplimiento! El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén. (Apocalipsis 22:20-21)
Que este análisis sirva para desarraigar de la mente, al menos de la mente los santos, de ideas extrañas y fantasiosas sobre “el Pueblo de Dios” y sobre la irreconciliable diferencias entre el Israel y la Jerusalén terrenales -el que lea entienda-, y el Israel de Dios y Jerusalén la celestial.

Juan Carlos de la Cruz Nació de nuevo cuando tuvo 10 años; si bien confiesa que se reconvirtió varias veces en su juventud temprana. Está casado con la doctora en medicina, teóloga, músico y maestra Anabel Santos. La pareja ha procreado dos hijos, Christ y Carlos (adolescentes ahora). Juan, además ha sido Pastor Bautista por mas de dos décadas (ver www.facebook.com/ibnjrd). Además de ingeniero químico, Juan es teólogo, ostentando múltiples maestrías en los campos de Ciencia y Teología, incluyendo un doctorado en Filosofía (PhD). Juan ha trabajado en diversos campos, es un escritor de profusa pluma, con unos 20 ‘libros’ publicados hasta ahora (en varias editoriales), decenas de ‘artículos profesionales’ (en múltiples plataformas y revistas), y más de ‘artículos de opiniones’ en periódicos y páginas diversas.