Del viejo al mundo nuevo y viceversa
Por: Juan C. de la Cruz

(Entre Madrid y Punta Cana. 22 de abril, 2025)
La cultura, las artes, la información y hasta la verdad y la evangelización han fluido desde las culturas más antiguas hacia las más nuevas. Es natural que sea así. Los pueblos Sumerios, que se localizaban en el interior del mundo asiático-africano (entre las fronteras de lo que hoy se denomina Oriente Medio). A este punto nos situamos entre los milenios cuarto y tercero a. C. Dicha cultura parece haber estado entre las más antiguas de nuestro mundo. Partiendo de ese epicentro (donde una vez se construía la gran Babel) surgieron pueblos, culturas e imperios, entre estos: El antiguo Egipto con su hegemonía africana, babilonia, los hicsos, asiria, media y Persia. Al mismo tiempo se sabe de eventuales culturas e imperios lejanas, como la gran China e India (aunque India fue parte de Persia). Nos referimos al período entre el tercer y segundo milenio
Luego se desarrollaron otros pueblos y cultura que emergerían como competencia alternativa a los pueblos, reinos y culturas arriba mencionados. Estos representaron no solo competencia, sino amenazas muy competentes a los imperios, reinos y culturas anteriores y posicionadas, las que si bien nunca caducaron, si resultaron opacadas eventualmente. Aquí estamos apuntando al primer milenio a. C. Y estamos enfocando especialmente los pueblos, reinos e imperios indoeuropeos, con especial atención a: Los griegos, los romanos, los bárbaros hititas y góticos y en parte los turcos.
En ese período pre cristiano (la última mitad del primer milenio a. C.) hubo fieras batallas competitivas entre los reinos medios (los surgidos y desarrollados entre el segundo y la primera mitad del primer milenio a. C. -mencionados ya-; hubo crudas batallas por la supremacía global, como nunca antes en la historia en alcance, táctica, ambición, etc. Y fue precisamente en ese punto neurálgico entre los siglos VII al III a. C. que el ingenio humano alcanzó su edad dorada. La técnica, la ciencia, el pensamiento, la cultura, las lenguas nunca antes habían experimentado picos semejantes. Ese es el tramo de la filosofía y la ciencia de los “griegos” (que en realidad involucró a todos los pueblos en las costas mediterráneas: Egipto, Asia Menor -los turcos-, Roma y los pueblos griegos o egeos. A ese punto los góticos, cirílicos, galos y británicos (indoeuropeos) eran todavía bárbaros, culturas muy inferiores todavía.
Pero la fe de un pueblito poco desarrollado y de tímida cultura, no competitivo ni científica ni tecnológicamente hablando, de hecho, de un lenguaje rupestre y rural, era el epicentro de la religión monoteísta que sería el fundamento del cristianismo.
En fin, se impusieron el griego y el latín, uno como lengua científica y otro como lengua franca. Se desarrollaron las ciencias, las técnicas y tácticas militares y civiles con los científicos griegos y los ingenieros romanos. Se establecieron rutas comerciales y de difusión cultural globales. Etcétera. Hasta el punto que al ocaso del primer milenio a. C., el mundo era más o menos como lo conocemos hoy. Solo basta observar las estructuras romanas (como sus coliseos, caminos y acueductos, cuyas ruinas pueden apreciarse por toda Europa) y sus tácticas y técnicas militares; lo mismo que los anfiteatros y las artes de los griegos; y para qué referirme de nuevo a sus lenguas y ciencias (que yacen en las estanterías de las monumentales bibliotecas del mundo y en las vitrinas de los museos).
¡Y entonces, vino Cristo! Y el cristianismo empezó -precisamente por las costas del mediterráneo, y luego adentrándose tierra adentro y allende los mares lejanos; incluso hasta Oceanía y América eventualmente.
Cristo y el cristianismo, cuajados en la fe de Israel, pero desmitificando y aclarando los misterios escondidos de Dios y la verdad, irrumpieron en el escenario global para mostrar a los pueblos, las culturas y a la mente humana lo equivocado que habían estado y trayendo no “la pax romana”, sino “la paz de Cristo, que sobrepasa todo entendimiento”. Trayendo también la gracia y la verdad, trayendo e impartiendo el Espíritu Santo que imparte amor y gozo. Cristo vino para desarraigar el pecado y la maldad del corazón de los hombres y mujeres que le siguen. Y para darles un reino de justicia, paz y gozo, un reino de amor, fidelidad y verdad, capacitando a los hombres que le siguen en el dominio propio, la bondad y la misericordia.
Y corriendo el tiempo, y en esa dinámica de flujo de lo viejo hacia lo nuevo, desde el renacimiento cultural europeo y el descubrimiento de América (o el encuentro entre los indígenas americanos y los civilizados europeos occidentales), también nos llego “la gracia y la verdad del evangelio de Cristo” a los indígenas americanos. ¡Alabado sea Dios y a Él sea atribuido el imperio, la gloria y el poder en todo ese plan de los siglos por su piedad inagotable mostrada también a los salvajes, bárbaros y profanos en su momento!
Lo extraño y curioso es que en ese flujo de las culturas de lo viejo a lo nuevo, en estos días resulta que hay la necesidad de voltear la dirección. Ahora son los antiguos pueblos y culturas que al principio fueron evangelizados y que trajeron el evangelio a los salvajes los que necesitan que los antiguos salvajes les anuncien “la paz y el amor de Dios”. Son los europeos los que necesitan que los antiguos indígenas de américa les vuelvan a enseñar los rudimentos del evangelio de Cristo.
Hay fenómenos extraños, pero es en las américas que yace la esperanza de los pueblos.
El Camino que hizo noble a los europeos, a los árabes y a los coptos y eventualmente a los góticos y bárbaros; resulta que ahora debe regresar a esas latitudes y desde las américas.
Cristianos latinoamericanos, es verdad que tenemos glorias futbolísticas, deportivas y artísticas que exportar; incluso recursos humanos bien formados en las mejores universidades del mundo -que yacen, en su mayoría, en nuestro Nuevo Mundo-, si lo admito, es cierto eso. Es cierto que nuestro médicos y ingenieros deben ir y meterle la mano a los europeos y árabes. Pero cristianos amados: El mundo europeo y el mundo árabe (y en parte el mundo asiático) lloran por un sorbo de verdadera paz y esperanza, gimen por un sorbo del verdadero amor.
¡Sucumben en la ignorancia y la inmoralidad!
¿Nos quedaremos de brazos cruzados con nuestro Cristo y nuestro Amor? ¿Seguiremos formando a nuestros hijos para que sean buenos deportistas, médicos e ingenieros? ¿O mostraremos gracia y bondad e iremos tras esas multitudes desesperadas?
¡Ay, si Dios escuchara nuestras súplicas y enviara ejércitos de familias y jóvenes valientes y armados con la Espada del Espíritu Santo a Nueva Inglaterra, a Germania, a Francia, a España, a Rusia y más allá! ¡Sí, que lleguen a Oxford, Bolonia, Salamanca, Valladolid, Valencia, la Sorbona, a Pekín, Berlín, Leningrado, Moscú, a Cambridge, Yale, Harvard, Princeton y a la Complutense… sí, sí, sí! Es más, que lleguen al Real Madrid, al Yankee Stadium, al Real Madrid, a la Roma, al PSG, al Arsenal, etc… ¡sí, sí, sí!
Pero jóvenes del Señor, ancianos de las verdaderas iglesias de Cristo: ¡Enviémoslos, pero a reconquista esos escenarios y pueblos para Cristo!
Resulta una pena y un terrible dolor observar las catedrales españolas y del resto del mundo católico; cargadas de imágenes costosísimas, pasadas de esculturismo y siendo objetos museísticos. Y más dolor da ir a Nueva Inglaterra y ver los antiguos templos (modestos) de los Congregacionalistas y otros, y encontrarlos repletos de impiedad entre los escasos feligreses que “ministran” a sus paredes y a su “historia”. Notre Dame, las basílicas y diócesis españolas (la Sagrada Familia, la de Toledo, Granada, Sevilla, la del Pilar en Zaragoza, etc.), son bellos e imponentes museos de talla y arquitectura en piedra, con santuarios que simulan demonios. Los antiguos templos luteranos alemanes y las ruinas reformadas suizas, los rebuscos hugonotes y las catedrales de Inglaterra y de Irlanda resguardan diablos y son esencialmente trincheras de perversos que elevan culto al demonio.
¿Dejaremos las cosas así, hermanos; o cual Savonarola honraremos a Cristo con el evangelio? ¿No fue eso lo que encontraron en Jerusalén Juan y Cristo cuando caminaron por allí? ¿O solo se quedaron orando por los montes y las cuevas y entrenando para nada a un grupito de discípulos? ¿Contemplaremos de brazos cruzados?
¡Cristianos!, ovejas de Cristo: ¡A pelear la batalla de la fe! ¡A izar alto la Bandera de Cristo, un paño blanco, teñido de sangre y un corazón en 3D traspasado y sangrante, que emula el amor sufrido, ensangrentado y verdadero de Cristo!
¡Amén!

Juan Carlos de la Cruz Nació de nuevo cuando tuvo 10 años; si bien confiesa que se reconvirtió varias veces en su juventud temprana. Está casado con la doctora en medicina, teóloga, músico y maestra Anabel Santos. La pareja ha procreado dos hijos, Christ y Carlos (adolescentes ahora). Juan, además ha sido Pastor Bautista por mas de dos décadas (ver www.facebook.com/ibnjrd). Además de ingeniero químico, Juan es teólogo, ostentando múltiples maestrías en los campos de Ciencia y Teología, incluyendo un doctorado en Filosofía (PhD). Juan ha trabajado en diversos campos, es un escritor de profusa pluma, con unos 20 ‘libros’ publicados hasta ahora (en varias editoriales), decenas de ‘artículos profesionales’ (en múltiples plataformas y revistas), y más de ‘artículos de opiniones’ en periódicos y páginas diversas.