El Aniquilacionismo: Explicación breve

De manera muy pero muy resumida quisiera hablar sobre este tema. Un amigo me hizo esta pregunta en días pasados y me llama la atención en que su argumento giraba completamente en que ¿Para qué debo ser cristiano si al final cuando morimos pasamos a una no existencia? Él no le veía el chiste y sus argumentos era un tanto empíricos, algunos otros científicos, ninguno bíblico, todos carecientes de un sentido moral y ético de la vida y de lo que hemos aprendido de las escrituras. Y si vamos a hablar del Dios de la Biblia, ¿Por qué no proceder a citar la Biblia? Más que hablarles sobre nuestro diálogo, quisiera (bien brevemente) presentar el tema para que conozcamos un poco su procedencia y de que se trata.

La doctrina del Aniquilacionismo postula que el hombre fue creado inmortal, pero aquellos que continúan en pecado, son privados del don de la inmortalidad por un acto positivo de Dios, y en última instancia, destruidos. Algunos aniquilacionistas proponen que los inconversos dejen de existir en el momento de la muerte, otros en el momento de la resurrección, y otros luego de un período de castigo después de la resurrección. Cualquiera sea la variante, el destino final de los que rechazan a Cristo es la cesación de la existencia, o sea, extinción total.

El concepto medular de la teoría se originó con Arnobio, un supuesto apologista cristiano del siglo cuarto. Luego de él, ningún Padre de la Iglesia de importancia significativa endorsó la doctrina. Tertuliano, Ambrosio, Crisóstomo, Jerome, Agustín, etc., enseñaron claramente la doctrina del estado consciente después de la muerte y el castigo eterno.

La doctrina prácticamente pasó a hibernar por un largo período de aproximadamente ocho siglos, luego del cual fue reanimada por grupos como los Valdenses (siglo 12) y más adelante por los Anabautistas y los Socinianos (siglo 16). Existen indicios de que durante el período pre- Reforma, tanto Wycliffe como Tyndale, enseñaron la doctrina del Sueño del Alma, más que nada a modo de refutación de la enseñanza católica del Purgatorio. Esta doctrina del sueño del alma enseña que los hombres, justos e injustos por igual, luego de su muerte, duermen hasta el día de la resurrección. En otras palabras, pasan a un estado de inactividad inconsciente, o un largo sueño en que no son conscientes de nada, hasta el día de la resurrección cuando recuperarán el conocimiento.

Corresponde aclarar que el hecho de que alguien crea que el alma no está en estado consciente entre la muerte y la resurrección (doctrina del sueño del alma), no necesariamente significa que esa persona también crea o esté lógicamente comprometida con la idea de que los inconversos son destruidos y pasarán a un estado de inexistencia después de la resurrección (aniquilacionismo).

Al paso del tiempo, los principales credos Protestantes, como la Confesión de Westminster y otras, reiteraron y confirmaron su adherencia a las doctrinas del estado consciente y el castigo eterno. Muchos de estos credos contienen referencias directas, rechazando contundentemente las teorías del sueño del alma y la aniquilación de los incrédulos. A su vez, los grandes evangelistas como Edwards, Whitefield, Wesley, Spurgeon y Moody, sostuvieron también la posición ortodoxa.

En tiempos modernos, las doctrinas del sueño de alma y el aniquilacionismo son promovidas primariamente por sectas como los Testigos de Jehová y los Cristadelfos, grupos aberrantes como los Adventistas del Séptimo Día y otros grupos adventistas, y en forma individual por teólogos herejes como Charles Pinock y ortodoxos como John Stott. Este último de filas anglicanas, desde donde todo tipo de aberraciones vienen siendo propagadas.

Un análisis teológico

Aquellos que reclaman que la Escritura enseña la aniquilación, dicen que si bien el infierno en sí es eterno, el castigo no es eterno. Los aniquilacionistas citan, por ejemplo, el Salmo 37, el cual tiene expresiones como: “se desvanecerán como el humo” y “cuando sean destruidos los pecadores”. Señalan además al Salmos 145:20, donde David dice: “Jehová guarda a los que le aman, más destruirá a todos los impíos”. Isaías 1:28 es también un favorito: “Pero los rebeldes y pecadores a una serán quebrantados, y los que dejan a Jehová serán consumidos”.  También afirman que las metáforas usadas por Jesús apoyan la aniquilación.

Todo esto puede parecer muy convincente, pero un examen estricto de la evidencia muestra lo contrario. Cuando estamos tratando de entender lo que un autor enseña, debemos comenzar por los pasajes claros, o sea aquellos pasajes en los cuales el autor trata con el tema en cuestión, para luego movernos a los pasajes menos claros donde el autor no intentó enseñar sobre el tema.

Por ejemplo, hay pasajes en la Biblia que enseñan que Jesucristo murió por todos. También nos encontramos con Gálatas 2:20, donde el apóstol Pablo dice que Cristo murió por él. ¿Debemos suponer entonces que Cristo murió sólo por Pablo? ¡Por supuesto que no! Porque hay pasajes claros que dicen que Cristo murió por todos. Debido a esto sabemos que Pablo no quiso decir que Jesús murió sólo por él, porque interpretamos lo que no es claro a la luz de lo que sí es claro.

Es por demás significativo que los aniquilacionistas nunca mencionen ni por casualidad los pasajes del Antiguo Testamento que hablan claro del infierno. Estos pasajes son definitivos respecto a que el infierno es eterno. Daniel 12:2 es un claro ejemplo. El versículo dice que al final de las eras, los justos serán resucitados para vida eterna, y los otros para vergüenza y confusión eterna. La misma palabra hebrea para “eterna” (olam) es usada en ambas instancias.  Por lo tanto, si alguien afirma que la gente será aniquilada en el infierno, también debería decir que la gente será aniquilada en el cielo. Es gramaticalmente imposible darle dos significados diferentes a la misma palabra en este texto. La intención del autor en este pasaje fue claramente enseñar en el tema de la vida después de la muerte.

Una vez que hemos aislado un pasaje de claridad meridiana, podemos entonces interpretar los pasajes ambiguos o disociados con el tema que usan los aniquilacionistas. Todo ese lenguaje en el Antiguo Testamento de ser destruidos, quemados como la paja, etc., es usado comúnmente para describir individuos “cortados” de Israel y de la tierra (territorio de Israel). La mayoría de esos pasajes tienen poco o nada que ver con la vida eterna. Sí tienen que ver con ser separado en esta vida de las promesas dadas a Abraham con respecto a la tierra.

En el Nuevo Testamento, la existencia de un lugar donde los injustos pasarán la eternidad en sufrimiento se hace aún más patente. Tomaremos como ejemplo estas palabras de Jesucristo:

Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles … E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna. Mateo 25 41, 46.

En este pasaje lleno de escenas y vocabulario rabínicos, Jesús está hablando de la Segunda Venida del Hijo del Hombre al final de los tiempos, para separar las ovejas de los cabritos. Jesús está hablando en una época en la cual se sobreentendía que Satanás y sus huestes sufrirían un castigo eterno. Los rabinos que creían esto usaban las palabras “fuego eterno” como una metáfora para expresar el castigo eterno. Es por ello que en el verso 16 Cristo no repite “fuego eterno”, sino que lo sustituye por “castigo eterno”. Es por demás obvio que ambas expresiones significan lo mismo. Jesucristo establece aquí, más allá de toda duda, que el estado final tanto de Satanás y sus ángeles, como el de los pecadores en rebeldía, es el castigo eterno.

No importa cuantos malabares podamos hacer con nuestra imaginación, es imposible que los postulados de la teoría aniquilacionista puedan adaptarse a las palabras de Jesucristo. La mera mención de la palabra “castigo” (kolasis) implica que necesariamente debe existir un sujeto receptor que sufre el castigo, algo que sólo puede suceder cuando se es consciente. Castigo implica sufrimiento, y sufrimiento necesariamente implica estado consciente.

Un punto crítico relacionado con Mateo 25:46 es que el versículo dice que el castigo es eterno. No hay forma de que el aniquilacionismo o la extinción de la consciencia pueda ser introducido a fuerza dentro de este pasaje. El adjetivo, I>aionion, en este versículo significa literalmente “eterno, sin final”. El mismo adjetivo es usado para Dios, el Dios eterno, en 1 Timoteo 1:7; Romanos 16:26; Hebreos 9:14, 13:8, y Apocalipsis 4:9. El castigo de los incrédulos es tan eterno en el futuro como nuestro eterno Dios.

Otra incongruencia de la posición aniquilacionista es el hecho de que no existen grados de aniquilación. Una persona no puede ser un poco aniquilada, bastante aniquilada o muy aniquilada. O se es aniquilado, o no se es. Las Escrituras, por el contrario, enseñan que habrá grados de castigo en el día del juicio (Mt. 10:15; 11:21-24; 16:27; Lc. 12:47-48; Jn. 15:22; He. 10:29; Ap. 20:11-15; 22:12).

El teólogo anglicano John Stott, en su obra “La cuestión del infierno”, argumenta que la noción de un castigo eterno en un infierno consciente no se alinea con la naturaleza amorosa de Dios. Stott sostiene que, aunque el castigo es una realidad, la justicia divina podría manifestarse en la muerte definitiva de los impíos. Según él, “el castigo de Dios, en su esencia, es castigo, no terrorismo”. Stott apela a la idea de que la destrucción es una expresión del amor divino, que reconoce que los seres humanos están destinados a la vida, no a la muerte eterna en sufrimiento.

Otro defensor del aniquilacionismo es Edward Fudge, quien en su libro “The Fire That Consumes” expone que la Escritura indica que el destino de los impíos es la aniquilación en lugar de la perpetuación del sufrimiento. Fudge destaca que pasajes como Mateo 10:28, que dice: “No temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el infierno”, sugieren que el cuerpo y el alma son sujetos a una destrucción definitiva.

Por otro lado, el teólogo Gregory Boyd también apoya el aniquilacionismo. Boyd, en su libro “La vida eterna: La visión de Dios para nosotros”, argumenta que el pecado aliena a las personas de Dios y la muerte implica la separación definitiva de la vida eterna. Él dice: “La vida eterna no es simplemente una cuestión de tiempo, sino un estado de relación con Dios. Aquellos que eligen rechazar esta relación se apartan de la vida misma”. Boyd enfatiza que el rechazo de Dios culmina no en un estado de tormento eterno, sino en la ausencia de existencialidad.

Citas Bíblicas a considerar:

  1. Mateo 10:28
  2. Salmos 37:20
  3. Mateo 25:46
  4. Hebreos 10:27
  5. Juan 3:16

Teólogos en Contra del Aniquilacionismo

Uno de los teólogos más influyentes que se opone al aniquilacionismo es Charles Spurgeon, conocido como el “Príncipe de los predicadores”. Spurgeon argumentó que la Escritura presenta una clara enseñanza sobre el tormento eterno de los impíos. En sus sermones, citó textos como Marcos 9:48, que dice: “Donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga”, enfatizando que esto implica una existencia continua del tormento. Spurgeon creía firmemente que la realidad de la condenación eterna sirve como un poderoso recordatorio del costo del pecado y la seriedad del mensaje del Evangelio. Para él, el infierno no solo es un castigo, sino un aviso sobre la severidad del juicio de Dios.

Otro teólogo que se manifiesta en contra del aniquilacionismo es John Piper, conocido por su enfoque en la soberanía de Dios y la gloria de Dios en todas las cosas. En su libro “El futuro de la justicia”, Piper sostiene que el infierno eterno glorifica la justicia de Dios y la gravedad del pecado. Él argumenta que el castigo eterno permite que se revele la gloria de Dios, ya que “la grandeza de la culpa contra un Dios eterno merece un castigo eterno”. El cita pasajes como Apocalipsis 20:10, que menciona que “el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde también estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”, sugiriendo que la idea del tormento eterno es fundamental para comprender la naturaleza del juicio divino.

Las perspectivas aniquilacionistas encuentran apoyo en varios versículos bíblicos, como Salmos 37:20: “Pero los inicuos perecerán; los enemigos de Jehová, como la gloria de los campos, se desvanecerán; en humo cesarán”. Asimismo, Mateo 25:46 afirma que los justos irán a la vida eterna, mientras que los impíos “irán al castigo eterno”. Estos textos sugieren que el destino de los impíos es la destrucción, y no la existencia continua en tormento.

A diferencia de la creencia tradicional en el infierno eterno, el aniquilacionismo sostiene que, tras la muerte, los individuos que no alcanzan la salvación experimentarán la muerte definitiva de su ser consciente, extinguiéndose completamente. Este enfoque plantea profundas preguntas sobre la justicia divina, la naturaleza del sufrimiento y la esperanza de la redención. Al ser un tema que involucra tanto creencias religiosas como cuestiones éticas y existenciales.

Resumiendo, el fuego del infierno simboliza juicio. El castigo del infierno es separación de Dios, y ésta traerá verguenza, angustia y remordimiento. Debido a que las personas tendrán cuerpo y alma en su estado de resurrección, las miserias que se sufrirán serán mentales y físicas. El dolor que se experimentará será el resultado del exilio final y sin término alejados de Dios, de su reino, y de la buena vida para la que fuimos creados en primera instancia. La gente en el infierno se lamentará profundamente (más allá de lo que las palabras pueden describir) de todo lo que perdieron.

Es obvio que el lago de fuego es simbólico de juicio. Cuando la Biblia dice que el Hades tendrá un fin, la palabra Hades se refiere al estado temporario entre la muerte y la resurrección final. En ese momento, las personas tendrán sus cuerpos otra vez, y serán localizadas lejos de Dios. La muerte también tendrá fin porque ya no habrá más gente que muera. Conclusión: el lenguaje sobre fuego y lago de fuego es un recurso literario, no se trata de fuego literal.

Argumento ad populum (estrategia de los improperios)

“Dios es un torturador sadista”. “Dios pierde la batalla por las almas”. “Dios no es un Dios de amor”, etc., etc., etc.

Frases como éstas son usadas para criticar la posición que sostiene que los pecadores que rechazaron  la provisión salvadora de Cristo, pasarán la eternidad en estado consciente y separados de Dios, sumidos en tormento. Este tipo de improperio no es más que un intento de manipular las emociones de la gente y obtener apoyo para la teoría de la aniquilación. En lógica se les llama  argumentos ad populum. Es una estrategia que recurre a las emociones y la promulgación popular que es la artimaña de todo propagandista y demagogo. Es una falacia porque reemplaza la laboriosa tarea de presentar pruebas y argumentos racionales con un lenguaje expresivo y otros recursos para provocar entusiasmo, angustia, furia u odio.

Ante este seductivo lenguaje engañoso, podemos contestar que aquellos que terminar en el infierno se condenaron a sí mismos. Dios no es ningún torturador. Esto lo comprendemos cuando llegamos a saber que el infierno no es un lugar de fuego necesariamente, sino un estado eterno (sin dejar de ser un lugar) de angustia, remordimiento, deshonor, vergüenza y soledad. Es una condición que el pecador trae sobre sí mismo. Su rebeldía contra Dios continuará aun en el infierno. Como bien dijo C. S. Lewis, “Las puertas del infierno serán trabadas desde adentro”.

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