El hombre (homo sapiens), su valor y su dignidad (a imago dei creado)
Por: Juan C. de la Cruz
“El hombre es una pasión inútil”. (Jean P. Sartré)

Según Sartré: “El hombre es una pasión inútil”. Para él, la humanidad es “nauseabunda”. Una visión semejante tuvo Platón, pero solo con respecto al cuerpo.
Es verdad, la antropología bíblica presenta a un ser humano muerto en sus delitos y pecados, enemigo de Dios, en total oscurantismo, sin posibilidad alguna de buscar a Dios por su propia voluntad, por tanto, odioso del amor, del bien y de la piedad; en otras palabras, un ser humano con cero por ciento de cualquier característica divina.
Pero, no nos precipitemos en esa imagen bíblica del hombre, porque, aunque en eso se convirtió el hombre en su caída de la gracia y de la imagen de Dios, incluso destituido (arrojado, despojado) de la gloria de Dios en el principio; no obstante, el hombre fue hecho originalmente “perfecto, recto, inocente, santo: a imagen de Dios fue creado”. Y, por su parte, a pesar de la fatal desgracia en la caída, en la que cual lo entendió Jonathan Edwards “el hombre fue destituido de la gracia de Dios, es decir, despojado del Espíritu Santo el cual poseía antes de la caída” (consulte: Edwards, ORIGINAL SIN); por su parte, como lo pregona el evangelio, en la regeneración (según el Plan Redentor Divino) Dios se propuso que “nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Jesucristo” (2 Corintios 5.21); o dicho de otro modo: “nos predestinó para que fuesen hechos a la forma (symmorfos) e imagen (eikonos) de Su Hijo” (Romanos 8.29). Y es eso y sólo eso lo que se ha propuesto Dios en el Evangelio al darnos a Jesucristo: “Según nos escogió en Él [en Jesucristo] desde antes de la fundación del mundo, para que [propósito] fuésemos hechos santos y sin mancha delante de Él”(Efesios 1.4). O sea, en el Evangelio de Jesucristo, los santificados, llamados a ser santos, restituidos a la gloria de Dios (a la santidad de Dios, hechos participando de nuevo de la naturaleza divina), estamos siendo hechos a la imago Christus, hasta que todos lleguemos a Su estatura, la estatura del Varón Perfecto que es el Hijo de Dios, Jesucristo (Efesios 4.13); de tal manera que podamos “ser imitadores de Dios” (Efesios 5.1) “andando en el amor de Cristo” (Efesios 5.2), viviendo vidas ahora (y por los siglos) que agraden a Dios en todo (Efesios 5.1ss); andando santamente en toda nuestra manera de vivir (1 Pedro 1.15). Como también lo explicó Teodoro de Ciro (en: IN XII EPISTULAS PAULI, Efesios 1.6, 7): “La muerte del Señor nos hizo dignos de Su amor. Nos permitió deshacernos de nuestros pecados. Nos libró de la tiranía. Gracias a ella la imagen de Dios ha sido restaurada en nosotros”. (BIBLIA DE ESTUDIO PATRÍSTICA, coment. Efesios 1.5).
La filosofía materialista ve a los hombres como “gérmenes salidos de la sopa o lodo primigenie de forma fortuita”. O sea, un ser pensante salido del concierto azaroso de la “nada” que supuestamente produjo no solo “algo”, sino que dicha “nada” engendró los seres inteligentes, con sus sistemas, complejos entornos, etc. Así, en nuestro mundo se otorga más dignidad a los huesos de los peces que al ser humano. Pero ¿cuál fue y es el valor que Dios le otorgó y otorga al hombre?
Por su parte, parece ser la expresión “imagen y semejanza de Dios” en Génesis 1 y 2 es a todas luces una hendíadis, es decir, dos términos para uno, como en Romanos 1: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda ‘impiedad’ e ‘injusticia’ de los hombres…”;[1] por lo que no hay que perdernos en la cuestión del fondo de la expresión divina declarada sobre el hombre al principio de la creación. Pero el punto de lo que hemos venido diciendo es que precisamente esa “restauración de la imago Dei” que Dios otorga por gracia en el evangelio, en la regeneración espiritual como Don otorgado póstumo a la conversión y la fe (Hechos 2.38; Juan 1.12, 13; Efesios 1.11-14), es un poder transformador que permitió a los apóstoles inclusive presentar a los santos como “cartas de presentación” a quienes se oponían al evangelio (1 Corintios 9.1, 2; 2 Corintios 3.3); un pueblo que es labranza de Dios, templo del Espíritu Santo (1 Corintios 3.9, 16), piedras vivas siendo colocadas en el edificio de Dios que es su propio pueblo, el cuerpo de Cristo, sacrificios espirituales agradables a Dios (1 Pedro 2.5). En virtud de lo cual “ese pueblo” (los cristianos) eran una especie de espectáculo asombroso a los sabios (filósofos) y doctores de la sabiduría humana, porque la virtud (el aretē) soñada y buscada por la filosofía, que era el fin último de la filosofía respecto a la polys (sociedad), lo cual había sido un imposible práctico para los pensadores, sofistas, disputadores y hombres de ciencia –si bien buscada con afán por siglos, pero sin éxito alguno–; estos cristianos lo lograban a veces inclusive de un día para otro. La carta de presentación y el sello de los predicadores del evangelio en la filosofada cultura de la era apostólica eran vidas transformadas en sus esquemas de pensamientos (1 Corintios 2.10-16), tanto como en sus juicios, decisiones y modus vivendi, como hemos demostrado arriba.
Ilustrándolo, aunque Sócrates buscó la vía hacia la virtud y la verdad, terminó siendo públicamente ejecutado “por pervertir a los jóvenes”, usted sabe, seduciéndolos hacia las bajas pasiones homosexuales. Y aunque Séneca, filósofo estoico, fue uno de los más grandes expositores de la “ética” –según las tradiciones de los hombres–, plasmando sus mayores aportes en la búsqueda de la virtud, la moral y la ética;[2] dueño de frases célebres como:
“Defiendo la virtud moral como el único camino para alcanzar la felicidad”.
“Para ser feliz hay que vivir en guerra con las propias pasiones y en paz con las de los demás”.
No obstante, siendo senador romano y tutor consejero de Nerón,[3] se dice de él que aconsejó a dicho emperador romano que debía asesinar a su propia madre Agripina la Menor, por la “supuesta” estabilidad del imperio.
Podríamos contar las historias de los más grandes pensadores de la historia, y si bien los más de ellos tuvieron un sincero deseo y procuraron con diligencia encontrar la verdad y la virtud, la vulgaridad de la conducta de ellos y el cuasi total fracaso ético y moral fue la norma en todos ellos, salvo los que entre ellos fueron cristianos. Es que “profesando ser sabios, se hicieron necios”, porque, aunque “lo que de Dios puede ser conocido les era evidente por medio de las cosas creadas”, ellos prefirieron especular causas (archē); y ninguno de tales especuladores –en lo absoluto–pudo jamás aterrizar en la Causa Verdadera (el Archē, es decir el Logos, quien, en el archē, dio inicio por la Palabra de Su poder a todas las cosas). Y esas premisas especulativas de los padres de la filosofía universal (y sus seguidores) totalmente descabelladas (el aire, el fuego, el agua, el apeirón, el logos, el big bang, la materia eterna, la generación espontánea, el azar, el tiempo (cronos), la antimateria, los dioses, etc.), no pueden dar paso a la verdad. Pero el Logos de Dios, Jesucristo, es la Verdad y también el sendero hacia ella, además de ser la fuente de la vida. Si el principio asumido es falso, no puede haber jamás una conclusión verdadera. Ese ha sido, es y será el fiasco de la filosofía. Y no sé qué rayos buscan los cristianos al escudriñarla con pasión, porque resulta imposible encontrar algo bueno en ella.
La analogía entis (o del ser)
Los neo ortodoxos utilizaron el vulgar término (que algunos ortodoxos a veces toman prestado): “Dios es totalmente otro”. Eso en referencia a la trascendencia de Dios. El término procura un celo en defensa de esa majestuosidad y trascendencia divina. Procurando escapar de toda forma de inmanentismo o panteísmo; lo cual muestra –sin duda alguna– una buena intención de parte de ellos. Pero si eso fuese así, que Dios sea totalmente otro, enteramente distinto a nosotros, tal cosa sería fatal para el cristiano. Implica que no habría ningún vínculo posible entre el Creador y Sus criaturas inteligentes. Si los dos seres (Dios y hombre) fuesen totalmente dispares, ¿cómo podría haber comunicación o comunión entre ellos?
Debe haber cierta semejanza, alguna similitud entre Dios y el hombre que hace posible la comunicación y la comunión entre ambos. Pero, pregunto yo: ¿Cuál comunicación hay entre los pecadores sin Cristo y Dios? ¿Qué comunión hay entre la luz y las tinieblas? ¿Alguna?
Ahora bien, ¿cuál es la semejanza?
Históricamente la ortodoxia ha hablado de ‘la naturaleza personal constitutiva’ como la semejanza entre Dios y el hombre, es decir: de la racionalidad, de la voluntad y de los afectos.
Para Karl Barth, p. ej., la analogía del ser era relacional, es decir, de relaciones interpersonales… por el hecho de hombre-mujer… pues Dios tiene relaciones interpersonales como sucede en la trinidad. Eso es cierto que tenemos esa capacidad, pero también los animales se relacionan (al menos a cierto grado). ¿Y será esa la única cuestión de semejanza?
Pero, el mandato de Dios al hombre en suma es “que el hombre refleje y modele el carácter de Dios” (que de testimonio del Señor); es decir, que conozca y viva en la voluntad de Dios; a saber, que los hombres vivamos vidas en santidad y amor, sirviendo a Dios y a los hombres con afectos puros. Por cierto, esto define por mucho el quehacer teológico y de la religión, por lo tanto “su método” (en cuanto a propósito o fin y premisa); dígase: Conocer la voluntad Divina y procurar imitarla (vivir por ella).
La imago Dei en Adam y en Jesucristo
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. (Génesis 1.27)
¿En qué sentido es o manifiesta Cristo la imago Dei? ¿Será en ser Hombre, además de Dios; o será porque es Dios? ¿Será en Su personalidad o en Su perfecta obediencia y santidad? ¿Será en Su carácter? O ¿será en todo lo dicho y más? Cristo reflejó como un espejo la santidad y la justicia de Dios, al mismo tiempo que mostró la gloria de Su Padre –al estar totalmente lleno de gracia y de verdad–, y a la vez Cristo fue tanto el icono como el carácter exacto del Padre (ver Juan 1.14-18; Hebreos 1.1-4; Juan 10.30; 14.9; Colosenses 1.15, 16; Filipenses 2.5; etc.). Dijo Jesús:
“Yo y el Padre uno somos”. (Juan 10.30)
“Para que conozcáis y creáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padre”. (Juan 10.38; 14.11)
“El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”. (Juan 14.9)
Dijo más:
“En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros”. (Juan 14.20)
El Escritor de Hebreos dijo del Hijo, entre otras cosas:
“Dios… en estos postreros días nos ha hablado a través del Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien así mismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor (reflejo, brillo) de su gloria y la imagen misma de su sustancia (charakter auto tes hypostaseos), y quien sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder…”. (Hebreos 1.2, 3a)
Pablo escribió sobre Jesús diciendo:
“Cristo Jesús, el cual siendo en forma (morfé) de Dios, no estimó el ser igual (iso) a Dios como cosa a que aferrarse…”. (Filipenses 2.5b, 5)
Y quizá uno de los textos mas definitorios en nuestra tesis sea el siguiente:
“Él es la imagen del Dios (imago Dei) invisible, el primogénito (protótokos) de toda creación”. (Colosenses 1.15)
Podría citar varias decenas de pronunciamientos neotestamentarios que nos muestran que Jesucristo es Dios, es el Hijo de Dios en naturaleza y carácter, y que fue descrito como la Imago Dei en todo el sentido de la expresión.
¿Qué es la imago Dei entonces?
R. C. Sproul replicó: “Estoy convencido de que “haber sido creados a imagen y semejanza de Dios” se trata de ‘una capacidad única para reflejar el carácter de Dios’”. Digo yo: ¡Excelente conclusión! Dr. Sproul; yo digo lo mismo. Por lo cual entonces no deberíamos buscar ni una gota de esto en un hombre no regenerado. Y sin duda alguna, Adán y Eva, antes de la caída, tuvieron esa “capacidad única para reflejar el carácter de Dios”: Fueron creados así. Y creo que hoy tal cosa solo es posible en los nacidos de nuevo.
Preguntamos entonces aquí: ¿A partir de la caída, todavía tenemos la imagen de Dios?; o ¿dicha imagen no solo se empañó, quedando cuasi a oscuras (como suele ser el consenso general e histórico a este tenor), sino que se borró por completo? Porque si tomásemos como bueno y válido el argumento de Sproul, entonces ‘un no nacido de nuevo tiene la capacidad de reflejar el carácter de Dios’, lo cual me parece inaudito. Un alma sin luz, andando en tinieblas, no refleja ni una gota de la gloria y del carácter de Dios. Todas las motivaciones, razones, obras e intenciones del hombre caído –de la gloria y de la imagen de Dios– están en tinieblas, desprovistas de la luz, por lo tanto, del bien y de la verdad. De hecho, el carácter de un impío refleja de seguro el carácter de su padre el diablo, ¿y al mismo tiempo el de Dios? Y es en ese mismo sentido que los malvados emiten teorías y conclusiones filosóficas y científicas.
El cristianismo en general insiste en que “la imagen y semejanza de Dios” permanece en la humanidad en general –incluso en el hombre natural–, al menos en algún grado. ¿Pero será tal visión alguna especie de pelagianismo o lockeísmo disfrazado? Lo que nos debe conducir a dilucidar entre “la imagen de Dios en el sentido formal y en el sentido material, o “en el sentido estrecho y amplio”.[4]
En lo que a mí (al Dr. de la Cruz) respecta, al menos hasta ahora, creo que en el pasaje de Romanos 8.29 se resuelve del todo la cuestión de la imago Dei, en la imago Christus, según creo que es la conclusión expresa de y establecida en dicho texto que reza así:
“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen (ikono) de su Hijo, para que él [Cristo] sea el primogénito (protótokos) entre muchos hermanos”.
Lo que Dios se propuso en la predestinación, a mi juicio, resuelve un tanto la discusión aquí. Y ¿qué fue lo que se propuso Dios con la predestinación? Contesta Pablo: “Que los predestinados fuesen hechos conforme a la imago Dei, o si quieres, conforme a laimago Christus (symmorfos oikônos autós ho huiós –symmorfos oikônos Iesous Xristos ho huiós ho Theos)”; que, de hecho, una traducción mejor sería: “fuesen hecho a-la-misma-forma o semejanza e imagen de Cristo”. Nosotros, de verdad, que no entendemos por qué esta fraseología suele pasarse por alto en la discusión de esta doctrina. Ver aquí también 1 Corintios 3.9-11 y 2 Corintios 3.17, 18. Si lo quieres de otro modo, la predestinación o elección divina tuvo el propósito de que los hombres caídos, muertos en delitos y pecados, hijos del diablo, sin Dios y sin Cristo, fuesen hechos (por su puesto en la regeneración) “a la misma forma e imago Christus (el Hijo Unigénito y consustancial con el Padre Dios”… por lo tanto: Imago Dei. Y de que esta es la fraseología divina utilizada en Génesis no nos deja duda la Septuaginta (LXX). Note como tradujeron los setenta Génesis 1.27: “καὶ ἐποίησεν ὁ θεὸς τὸν ἄνθρωπον, κατ᾽ εἰκόνα θεοῦ ἐποίησεν αὐτόν, ἄρσεν καὶ θῆλυ ἐποίησεν αὐτούς”. Note el kat eikona Theoû epoiesen auton (a imagen de Dios los hizo); que es idéntica a la que aparece en el Nuevo Testamento griego respecto a esto. Igual es el caso de 1.26; 5.1; etc. Mire por ejemplo, 5.1 en la LXX: “Αὕτη ἡ βίβλος γενέσεως ἀνθρώπων· ᾗ ἡμέρᾳ ἐποίησεν ὁ θεὸς τὸν Αδαμ, κατ᾽ εἰκόνα θεοῦ ἐποίησεν αὐτόν”.
Nos suena esto como a qué hay una imagen deshecha o perdida que Cristo recupera en la redención. Pablo también exclamó que volvía a sufrir los dolores de parto por los gálatas (Gálatas 4.19), hasta que “Xristós morfóo en su” (Cristo formado fuese en ellos). Y creo que el lenguaje del nuevo nacimiento o la regeneración apunta precisamente a eso. De nuevo, tangamos cuidado que no nos encontremos en una especie de pelagianismo camuflado al afirmar que la humanidad preserva la imago Dei. Esa no parece ser nunca la narrativa bíblica. De hecho, los pasajes que apelan a la “creación a la imagen de Dios”, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, como refiriéndose a un parentesco, se refieren a tal asunto en referencia al hombre original (Adam y Eva), los creados (no a los procreados, sus descendientes); contraria a la narrativa de Génesis 5, sobre Set que fue dado a luz (en un sentido diferente de creado), como nos acontece a todos los humanos después de la caída, que somos nacidos a la imago Adam. De hecho, los textos bíblicos que refieren la creación del hombre a la imagen de Dios suelen estar en tiempo perfecto (ambos, en el Nuevo y el Antiguo Testamento), pero se traducen como un simple pretérito, lo que cambia un tanto el sentido del texto.
Pero contestando la cuestión del valor utilitario que Dios le ha dado al hombre, lo colocó por encima de toda su creación planetaria como regente de todos los bienes planetarios –exceptuando al hombre mismo; para lo cual lo capacitó. A pesar de la caída de Adam (al principio de la creación), el mandamiento de regir persiste, pero la capacidad de hacerlo bien se esfumó completamente. En la caída, al parecer, el hombre perdió un elemento vital, de hecho, Edwards afirmó y defendió (un distintivo en su teología) que se trató del alejamiento (retiro) del Espíritu Santo del hombre por parte de Dios, en lo cual consistió la caída de facto. Y en ese sentido al menos el hombre perdió esa semejanza a Dios, perdió su santidad y la gloria de Dios (reflejada, o que habitaba) en él; de la que depende su moralidad, su carácter –si santo o malvado, entre otras realidades del ser. Es más, los afectos del malvado son negros y desprovistos del verdadero amor, de la fe, de la esperanza, de la fidelidad, etc.; por ser precisamente estos, caídos (sin Dios, si el Espíritu Santo en ellos). Y no es sino hasta la regeneración que el hombre comienza por primera vez a poseer y mostrar esos “dones ordinarios” del Espíritu (ver Edwards –LA CARIDAD Y SUS FRUTOS). Así que si la imago Dei supuesta como presente en el hombre caído se decanta por cualquier asunto moral o del carácter, entonces es obvio que es “cero”, si se quiere, totalmente ausente o borrada, no borrosa, no presente en algún grado (ni siquiera tendiente a cero).
Pero, pero, pero… Dios ya tenía un plan, “la redención”. Y en la regeneración –¡gloria a Dios!– se vuelven a recuperar ambos, la santidad del hombre (por la morada del Espíritu Santo en el convertido a Cristo) y la habilidad o capacidad para gobernar bien; por lo tanto “el carácter santo” del hombre: La imago Christus (Dei).
En cuanto a los pasajes que refieren que el hombre fue o ha sido creado a la imagen de Dios (imago Dei), respondemos que nuestra propuesta es que se dejen tales textos intactos, en el perfecto y pasado como suelen aparecer. En otras palabras, la teología es enfática en esto. La pregunta no es aquí si el hombre fue creado a la imago Dei, indefectiblemente lo fue. La pregunta es si el hombre preservó y/o preserva esa imagen a partir de la caída; y aquí nos vemos tentado, por las evidencias y la narrativa bíblica a pensar y creer que no la preserva ni en un grado; que incluso la creación del hombre fue puntual, que el resto de la posteridad humana (a partir de Adam y Eva) somos hijos de Adam, caídos, herederos del pecado (aunque también de las promesas, mas no por méritos propios); a sazón de que los descendientes de Adam somos “no creados” en el sentido estricto del término, sino engendrados o nacidos. Aquí debemos preguntarnos: ¿Y de qué fue que cayó el hombre?, más que en qué cayó. ¿No fue acaso de la gloria de Dios, que se expresa en la hermosura de Su santidad, que Adam cayó? ¿Y cuándo se recupera dicha imago Dei? ¿No es acaso en la regeneración espiritual? De esa gloria de Dios estamos cortos, en dirección contraria, caídos, refiere Pablo a los Romanos.
Los filósofos y teólogos cristianos no se han opuesto a ver una imagen de Dios difusa o borrada en los descendientes de Adam; sino que se les ha dificultado creer que esa imagen fue totalmente apagada. Por nuestra parte, creemos fielmente que la espiritualidad humana (o sea, la espiritualidad debido a la presencia de Dios en el hombre) fue retirada por completo en la caída, y por tanto en los descendientes de Adán. Pero, repito: ¡Gloria a Dios que en esa Voluntad Divina fue también gestado y puesto en marcha el Plan de Redención Divino! O sea, que, aunque la imago Dei fue borrada en la caída (si estamos correctos en nuestra apreciación de tal cosa); no obstante, Dios se ha propuesto hacernos nuevas criaturas en Cristo, de hecho, hacernos sus hijos de misericordia (habiendo sido antes hijos de ira), y se ha propuesto formar a Cristo en nosotros los santificados, hasta la perfección de esa imagen: Imago (Christus). ¡Gloria a Dios! Por eso se dice:
“El [Cristo] es la imagen del Dios invisible (Lat. qui est imago Dei inbisibilis; Gr. eikón toú Theos toú aorátou), el primogénito de la creación”. (Colosenses 1.15)
De eso no hay duda alguna. Pero también dice la Escritura:
“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, todos nosotros, mirando a cara descubierta la gloria del Señor, como en un espejo, a Su imagen (eikóna) somos transformados (metamorfoumetha) de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor”. (2 Corintios 3.17, 18)
¿Habrá algo confuso o complicado de entender en estos Texto?
Nosotros en consecuencia
En todo esto notamos que si bien Dios tiene mente (sabiduría, pensamiento, decretos, palabras, etc.), aunque no se refiera a que Dios aprende, como de facto no sucede en Dios; también Dios tiene voluntad propia y poder de determinación y decisión (aunque también distinto a los nuestros, en el sentido tanto del tiempo como del motivo y del grado). Todo eso encierra el carácter moral, además de la naturaleza Divina. Por eso muchos han dicho que los hombres compartimos al menos algunas de esas cosas con Dios; en cuyo tema la mayoría hace referencia al carácter moral, a la mente y a la voluntad como aquello que la humanidad comparte con Dios, por lo que “fuimos hechos a imagen y semejanza de Él”. En tal sentido, es obvio que no llevamos a un tribunal a un ratón para enjuiciarlo. Tampoco hablamos del alto sentido ético de nuestros perros. Pero los seres como agentes morales y criaturas volitivas somos conducidos (de algún modo, voluntario o no) a rendir cuentas. De ahí la directriz divina de demandar que “seamos santos, así como él es santo”. En tal sentido no solo hemos de observar la imago Dei en la persona de Cristo como tal, sino que Él es el patrón a imitar y emular.
Cierto, nacemos muertos espiritualmente, en nuestros delitos y pecados, en tinieblas, por lo que desprovistos de la imagen divina (imago Dei): ¿O se refleja la imagen de Dios en lo mortecino?; pero en la regeneración o nuevo nacimiento, somos investidos con el Espíritu Santo de Dios (quien es la imago Dei en sí mismo), y desde entonces recuperamos la imagen divina (de hecho, somo hechos participantes de la naturaleza divina), y de ese modo somos recreados (restaurados) de nuevo a la imago Christus, en la que vamos creciendo, no como cuando un escultor talla un carácter sobre un pedazo de mármol o de madera, sino como cuando un recién nacido se va volviendo un hombre (a eso apunta la imagen del nuevo nacimiento). Así dicha imagen se va formando en nosotros; comenzamos siendo niños hasta que lleguemos a la estatura de Cristo, a un hombre perfecto (Efesios 4.13), a la medida (mētron) de la plenitud (pleroma) de Cristo.
La personalidad y su distinción
“Por sus frutos los conoceréis”.
(Jesús de Nazaret)
Por personalidad aquí nos referimos a la facultad de persona, a la persona siendo tal. Un ser humano es por definición una persona, más allá de su distinción como un ser vivo. Un ser humano entonces es el homo sapiens, y como tal, se distingue de todos los demás seres vivos. El ser humano es único en su clase. Es cierto, posee un cuerpo (soma, corpus), y en cuanto a tal tiene cierta relación –aunque carece de semejanza– con los otros seres vivos del reino animal. No hablaremos aquí de las especificidades anatómicas. Bástenos aquí la mera observación y las observaciones de las ciencias médicas. En cuanto a ser vivo, el hombre posee los sentidos, y sobre eso un órgano y sistema (neurológico) que discrimina la información sensible hacia la toma de decisiones claramente distinguibles con cualquier otro ser vivo en todo el reino animal.
Pero el hombre no es solo homo o corpus, es también sapiens, posee psyché. Notamos que en la búsqueda científica del mismo ser humano hay dos ciencias relacionadas, pero totalmente separadas, ambas de mucho renombre, la medicina y la psicología; la primera para estudiar la anatomía y la biología del ser humano, y la segunda para estudiar el alma (psyché) o la mente. Por supuesto, esto no es probatorio de nada al final, pero sí ilustrativo de las realidades. Hay muchísimas otras ciencias y estudios cuyo fin exclusivo es el estudio del hombre, la sociedad y sus quehaceres; de hecho, casi cualquier disciplina está relacionada con entender la realidad humana en última instancia. Y sobre esto, es el hombre el sujeto de la ciencia, y ningún otro ser vivo lo es en ningún grado. Todo eso es definitorio e incisivo cuando se trata de observar y comprender la humanidad, al hombre y su personalidad. Un ejemplo muy ilustrativo es este tratado que Ud. ahora lee, no lo escribió un ángel, mucho menos un rinoceronte; pero tampoco se dirige a un demonio o a alguna manada de cerdo, tampoco se confeccionó para que figure en la biblioteca de un cardumen de peces ni para que adorne el nido de un águila. Muy evidente, ¿no es cierto? Y con esto quiero decir que hay razonamientos (y hasta escritos, muchos) tan absurdos, que no deben merecer su atención, considero.
Ahora bien, en lo que respecta a la personalidad, esta se define exclusivamente por las facultades sapienciales del ser. Así lo define el diccionario (RAE):
Persona. Del lat. persōna ‘máscara de actor’, ‘personaje teatral’, ‘personalidad’, ‘persona’, este del etrusco φersu (phersu), y este del gr. πρόσωπον (prósopon). Se define así:
- f. Individuo de la especie humana.
Sin.: Humano, ser, hombre, criatura, mortal, alma, individuo, cabeza, gente, bicho
- f. Hombre o mujer cuyo nombre se ignora o se omite. Sin.: sujeto, individuo, fulano, menda, tío, tipo, cristiano.
- f. Hombre o mujer distinguidos en la vida pública.
- f. Hombre o mujer prudente y cabal.
- f. Personaje que toma parte en la acción de una obra literaria.
- f. Der. Sujeto de derecho.
- f. Fil. Supuesto inteligente.
- f. Gram. Categoría gramatical inherente en algunos pronombres, manifestada especialmente en la concordancia verbal, y que se refiere a los participantes implicados en el acto comunicativo. En español hay tres personas gramaticales.
- f. Gram. Forma del paradigma de la conjugación verbal que corresponde a una persona gramatical. La primera persona del singular del presente ir es irregular.
- f. Rel. En la doctrina cristiana, el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo.
A esto con exclusividad se le suman las expresiones distintivas: persona física, en persona, persona jurídica, persona social, persona non grata, persona torpe, primera, segunda, tercera persona, etc. Todas expresiones exclusivas referidas al ser humano.
Una persona es un ser inteligente e individual. Y sin excepción a la regla, una persona queda definida por un ser vivo racional que posee las facultades propias del alma, es decir el pensamiento, el habla, la comunicación; y que por tanto es sujeto racional, y por tanto moralmente apto y responsable en cuanto a sus acciones, si malas o buenas.
Ilustrándolo con las apropiadas palabras y en sentido negativo: un gallo, un cocodrilo, una bacteria, una célula, un planeta, un ecosistema, un objeto cualquiera (dígase un papel), una sustancia, un árbol, una molécula (incluso de ADN humano), etc., no se corresponden con, ni son, personas. Dios (las tres Divinas personas), los seres humanos y los ángeles (incluyendo a Satanás y los demonios) son personas; y al menos en la revelación divina no existe ningún otro ser personal en todo el universo a parte de estos.
En la teología cristiana se atribuye la personalidad a las facultades del alma o del espíritu, y en tal sentido tanto Dios (el sujeto de la analogía entis) como los otros eres espirituales (ángeles) y los seres humanos se distinguen como personas.
[1] https://youtu.be/lsdYhPSeI1M (min.: 6:30ss).
[2] Consulte aquí: https://fundaciontorresyprada.org/seneca-y-la-virtud-moral/
[3] https://www.worldhistory.org/trans/es/1-14031/seneca/
[4] Ver aquí tratado de Sproul en: https://youtu.be/oVNdgQq9tPU

Juan Carlos de la Cruz Nació de nuevo cuando tuvo 10 años; si bien confiesa que se reconvirtió varias veces en su juventud temprana. Está casado con la doctora en medicina, teóloga, músico y maestra Anabel Santos. La pareja ha procreado dos hijos, Christ y Carlos (adolescentes ahora). Juan, además ha sido Pastor Bautista por mas de dos décadas (ver www.facebook.com/ibnjrd). Además de ingeniero químico, Juan es teólogo, ostentando múltiples maestrías en los campos de Ciencia y Teología, incluyendo un doctorado en Filosofía (PhD). Juan ha trabajado en diversos campos, es un escritor de profusa pluma, con unos 20 ‘libros’ publicados hasta ahora (en varias editoriales), decenas de ‘artículos profesionales’ (en múltiples plataformas y revistas), y más de ‘artículos de opiniones’ en periódicos y páginas diversas.