¡Guarda tu mente! (Prov. 4.23)

Guarda tu corazón sobre toda cosa que guardes. (4.23). La idea es que te cerciores de que tus creencias y convicciones firmes (las que atesoras, guardas o almacenas en tu mente o corazón) no sean opiniones personales (trillado ese mandato en Prov.), ni sean una cosmovisión humana, etc., sino los mandamientos de Dios. “El todo del hombre consiste en guardar los mandamientos en el temor del Señor”. (Ecl 12).

Un corazón guardado, como bien se describe en los vv. 24 al 27 de Prov. 4, en lo que consiste la fuente de la vida, implica y garantiza en la práctica que: 

(A) Guadarás tus palabras (uno se salva o se condena por sus palabras). Esto es insistido en Prov. Los dichos de tu boca serán conforme al mandamiento, a la piedad, al bien y a la prudencia.

(B) Lo que miran tus ojos será lo que pones delante. Igualmente, tu mirada será según el mandamiento; el alcance de esta será el blanco (la diana) puesto delante, a saber Cristo, y el galardón. Los piadosos han hecho pacto con sus ojos, o sea, han resuelto no mirar nada que los pueda indicir a la concupiscencia de los ojos y de la carne y a la vanagloria de la vida. Por ejemplo, dijo Job, orando a Dios: “Señor, si alguna vez, tan siquiera una, yo he mirado lujuriosamente a una mujer (joven); provoca que otro se acueste con mi esposa”. Eso implica que Job había resuelto en su adolescencia nunca mirar una mujer con lujuria. Y así había vivido. Se dice que “los puritanos” solían hacer ese tipo de resoluciones. Sin ser famosas, aquí las 70 resoluciones de Jonathan Edwards, las que confeccionó a sus 18 años, recién convertido.

(C) No solo su boca y sus ojos serían santos, piadosos, guardados del pecado (siendo uno mismo el centinela), sino que sus pasos (pies) o determinaciones y acciones serían conforme al mandamiento. 

De ahí que quien guarda su corazón es alguien que no solo conoce los mandamientos del Señor (de ahí nuestro deber del Shemá, o sea de meterle los mandamientos del Señor hasta por los poros a nuestros niños), sino que es temeroso de Dios, o sea, convertido y una persona de fe y convicciones firmes. Él cree que la Palabra de Dios revelada (la Biblia) es eso, la Palabra de Dios, y la tiene en una estima sublime y honorable (lo de más valor que posee), y cree que Dios, aunque invisible, es quien dice ser y que es galardonador de los que le temen; además de un ser personal y afectivo en relación personal con sus piadosos.

Hermanos, y no se lo digo como proyección o de oídas, el temeroso de Dios evitará pecar a toda costa. Y sobre eso, procurará seguir el mandamiento al pie de la letra y con todas las fuerzas y la pasión de su corazón. Además, el mismo Señor lo guarda, guía y conduce. El sabe que sus fuerzas, por ser pecador, no son suficientes para que sea piadoso por sí mismo; imposible; pero en las fuerzas del Señor, las que infunde el Espíritu, y en el mandamiento del Señor, así como la prometida guianza del Señor, al piadoso (sí vendido al pecado) le será difícil, sino imposible, apartarse del sendero o pecar. De ahí “el que tiene la simiente del Señor no peca”. Es pecador, pero no practica el pecado, sino el amor y la piedad. 

Hermanos. El piadoso es el que: (1) La Palabra (que él recibe y cree) es Cristo, (2) el Camino es ¿adivine quién? _______, (3) Y quien lo toma de la mano y lo ayunta para que permanezca en el camino es, ¿adivine quién es, de nuevo? Cristo. Pero además, (4) el gozo suyo es el del espíritu… Y la lista sigue. (Ga 5.22, 23; Ro 12; 1 Co 13; Ef 4, 5). ¿Cómo podrá alguien con tales recursos desviarse del camino? No veo la posibilidad. Eso fue lo que motivó a Pablo a mandar “Vivid en el Espíritu” (Ro 8), y a decir:

“Para mí el vivir es Cristo, y el morir es de mucho valor y estima”. (Fil.)

¡Guarda tú pensamiento, de este depende la vida!

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