Jesús ilustró que lo primero es lo primero

Pr. Juan C. de la Cruz

La interpretación bíblica, el discernimiento y la vivencia santa fallarán si se obvian las cuestiones respecto de la prioridad, el valor y el orden de las cosas.

     “Hacer justicia y juicio es a Jehová más agradable que sacrificio (ofrenda)”. (Proverbios 21:3)

     “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”. (Mateo 23:23)

La enseñanza unánime de las Escrituras es que en las ordenanzas y pronunciamientos divinos hay orden de valores y prioridad. Y aquí nos deja saber que hacer justicia y juicio, o sea, ordenar la conducción social cotidiana, es primero que la adoración pública. O sea, que ordenar la vida en comunidad (en el matrimonio, en la casa, en el trabajo, etc.), es primero.

Una enseñanza de valor práctico y correctora que sacamos de aquí es que es antibíblico y contrario a la voluntad de Dios, que “una comunidad de fe” programe cultos todas las noches (como hacen algunos indoctos), pues socava el orden de prioridad. Una cosa son las devociones privadas y el altar familiar, y otra es ordenar reuniones cúlticas públicas con una frecuencia asesina (digo asesina porque una madre o un padre, o una familia, que tenga que estar todas las noches en la “iglesia”, no solo representa un grado terrible de insensatez, sino que es una fórmula para aniquilar la vida familiar, y, por tanto, la familia). Los hijos de alguien así se apartarán de lo afable y piadoso. Reaccionarán con desprecio y odio a esa forma de culto y a esos padres. Eso no es espiritual (dice el Señor), es desquicio.

El no ofrendar es pecaminoso. El Texto no dice que hacer justicia y juicio sustituyen la alabanza (la ofrenda), sino que tiene prioridad en el orden. No estar en los cultos de la congregación (una o dos veces por semana) es altamente pecaminoso, es menospreciar a Dios y a Su Palabra, por tanto, Sus mandamientos. 

Al mismo tiempo, frecuentar la casa de Dios por ordenanza cúltica con una frecuencia diaria, de por vida, es una completa insensatez que pasará facturas de lágrimas y sangre.

En general, lo que intentamos enfatizar aquí es que la misma Palabra de Dios está ordenada en valor o importancia. Por eso: “El primer y más grande mandamiento de la ley”… Creo que está de más decir aquí que “el primer y más grande mandamiento” de Dios es mayor que el segundo y mucho mayor que el décimo o que el 150°.

Igual sucede en la vida de piedad divinamente ordenada, amar va primero que cualquier otro afecto debido, sea a hijo o a empleado.

Incluso en materia de las doctrinas, que generalmente son más que declaraciones, ordenanzas, etc., hay orden, por ejemplo, de urgencia y prioridad. Por ejemplo, en cuanto urgencia: si estuviéramos frente a un irreverente que está al borde de la muerte y sentimos el deber de predicarle; ¿Le predicaría usted de la historia de la creación o de lo imperativo del mandamiento de obedecer a nuestros padres? Yo optaría por presentarle el plan de salvación de Jesús.

Es decir, lo primero es lo primero. 

En la misma práctica del amor, aunque debo amar a mis enemigos, los de mi casa van primero, están en primer orden; y Dios sobre ellos.

Todo está ordenado, si no, resulta el caos. Dios debe ser alabado en público y privado; y llevar a un accidentado a la emergencia con quien me topé el domingo casi a la hora del culto, es tan santo y va primero que el culto de ese domingo. Eso es lo que el Señor muestra en “La parábola del buen samaritano”.

Toda la Palabra que salió de la boca de Dios es santa y pura, pero hay algunas de mayor valor, más urgentes y que van primero. De hecho, la situación y las circunstancias (como refleja la parábola del buen samaritano) pueden modificar el grado de urgencia e importancia de los mandamientos.

Yo me atrevería a decir que la sabiduría pura encierra este discernimiento. Evitemos el espíritu religioso, fariseo y puritano incorrectos; optemos por la sabiduría de Dios. Oremos al Señor por discernimiento divino.

¡Oigamos y guardemos la voz de YeHoVaH! Es de incalculable valor, es perfecta, es poderosa, agradable y dulce.

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