¿Por qué ciudades como París, Madrid y NY son tan frecuentadas?
¡cuidado con lo que persigues en esta vida!
Por: Juan C de la Cruz

(Sabiñánigo, prov. Huesca, comunidad de Aragón, España: 08 de abril, 2025)
Al haber visitado varias grandes ciudades del mundo, he notado que las más opulentas captan demasiado la atención de la gente, de toda clase de personas. New York y París en particular son tan frecuentadas que en sus calles y monumentos pareciera como si siempre hay un concierto de un ídolo humano o como si se presenciase la salida de un partido importante de fútbol. He estado en varias decenas de ciudades grandes y agitadas: Tokio, Bangkok, Buenos Aires, Miami, Madrid, Boston, la Habana, Panamá, Johannes Burg, etc.; pero París y New York verdaderamente impresionan. Su tumulto es sin paralelo. Francia (esencialmente París) recibe cien millones de turistas (de todos los estratos sociales, mayormente clase media y alta) anualmente. Y esa cifra es igual al menos por las últimas tres décadas.
Uno se pregunta: ¿por qué a la gente le impresionan tanto tales destinos? Y creo que la razón principal es la insensata búsqueda y expectación del corazón humano. Y con esto no estoy sugiriendo que visitar los mejores destinos turísticos sea malo en sí mismo. A menudo lo es, pero no siempre.
¿Cuál es el encanto de las ciudades imponentes?
El Museo Le Louvre en París, por ir dándoles algunas pistas, fue el palacio de los reyes de Francia. Primero fue una fortaleza, siglo XII, y desde el siglo XIV hasta el XVII fue el palacio real de los reyes franceses hasta que se decidió construir el Palacio de Versalles. En el siglo XVIII, durante el período napoleónico, se convirtió en una academia (de hecho, un complejo de academias).
A finales del siglo XVIII, durante la revolución francesa, se decidió abrir dicho lugar al público en calidad de Museo. Igual, Napoleón decidió construir L’Arc de Triomphe, una estructura imponente y que resuella grandeza y victoria.
De modo semejante, fue construida la Torre Eiffel entre 1887 y 1889 para la Exposición Universal de París. Y tal imponente monumento ha sido, es y quizá siga siendo el más visitado del mundo y el símbolo más representativo de París. ¡De verdad impresiona!
¿Por qué se da esa dinámica?
Usted puede asegurar, y no he buscado el dato, que desde la caída de las Twins Towers en New York, el turismo hacia esa ciudad ha disminuido significativamente.
¿Cuál es la causa de ese fenómeno?
Amigo, se trata del corazón. A los seres humanos nos impresiona la opulencia y el poder, y si no lo podemos tener, al menos lo queremos ver. Y no hay mejor forma de observar en concreto nuestras truncadas y lamentables pasiones que viendo edificios y artefactos que modelen el poder, la grandeza y la opulencia.
Pero, hermanos en Cristo, hay una trampa en ello. Salomón lo expuso en su célebre escrito “El predicador”. Pero antes de que leamos algunos de sus versos de tan sobrada y celestial sabiduría, permítame contarle algunas impresiones propias.
No les puedo esconder que me impresiona la opulencia. Y se lo resumo en la siguiente experiencia: Antes de anoche fui junto a mi esposa (y dos otros hermanos y buenos amigos) a visitar la Catedral de Montmartre en París. Al acercarme a la monumental, imponente y cuasi perfecta estructura, quedamos absortos y boquiabiertos. Al entrar a la catedral, el asombro no se hizo esconder. Me pasó igual en la Catedral Gótica de NY por dentro, al ver sus artefactos, su altar y sus imágenes talladas en bronce y oro. Simplemente impresionante.
Medio saliéndome del tema, pero no totalmente desconectado; lo mismo sucedía con los cristianos hebreos del primer siglo, antes que el templo fuese desolado por los romanos. ¿Qué? Que los cristianos estaban siendo brutalmente perseguidos, tanto que hasta sus vecinos les quemaban sus casas cuando salían a hacer obras de misericordia. Y así sucesivamente. Y notamos que al ellos no tener templos, y al tener casi nada, porque los despojaron de sus bienes, nombres y hogares; ellos se sintieron tentados a regresar a sus arraigos. Antes tenía un imponente Templo que se estima entre las maravillas del mundo antiguo. Ahora, en la fe: aquel no era su regazo religioso; de hecho, no tenían. A ese punto se solían reunir en conventículos en el silencio y la clandestinidad. El cristianismo era ilegal y ser cristiano era un pecado mortal.
O sea, si uno no estuviera arraigado y cimentado en la fe, se sentiría tentado a regresar a esos opulentos e impresionantes arraigos de la religión de la prostituta Roma.
Pero, eso nunca hermanos. Nosotros no somos muchos nobles ni muchos poderosos; tampoco debemos ni tenemos que ostentar objetos, artefactos ni altares ni templos. La Riverside Church en NY, una opulenta iglesia bautista construida por los Rockefeller, quedó siendo solo eso, un monumento. Pero la gloria de Cristo mucho hace que salió de ese lugar (si alguna vez estuvo). El Señor siempre ha escogido a lo vil y menospreciado para avergonzar a los sabios (filósofos y eruditos y poderosos).
Los santos solemos ser un grupo de errantes peregrinos, cual cristiano (en el Peregrino) que no buscamos una estabilidad financiera ni forjar un imperio ni una dinastía aquí en la tierra. Buscamos una Patria Grande, con una Corte y un Palacio imponente y precioso, de oro, marfil, perlas y toda clase de piedras preciosas y bellezas imponentes; hasta buscamos estar cara a cara a su glorioso e imponente Señor y Rey. Pero esa patria no es aquí. Y aunque debemos buscar el reposo y el sosiego en esta vida, nunca a costa de desertar de nuestra misión y esperanza de gloria.
Seguimos… note lo que exaltadamente escribió el gran filósofo de todos los tiempos, Salomón.
[1] Me dije: «Vamos, probemos los placeres. ¡Busquemos “las cosas buenas” de la vida!»; pero descubrí que eso también carecía de sentido. [2] Entonces dije: «La risa es tonta. ¿De qué sirve andar en busca de placeres?».
[3] Después de pensarlo bien, decidí alegrarme con vino.
Y mientras seguía buscando sabiduría, me aferré a la insensatez.
Así traté de experimentar la única felicidad que la mayoría de la gente encuentra en su corto paso por este mundo. [4] También:
Traté de encontrar sentido a la vida edificándome enormes mansiones y plantando hermosos viñedos. [5] Hice jardines y parques, y los llené con toda clase de árboles frutales… [8] Junté grandes cantidades de plata y de oro, el tesoro de muchos reyes y provincias. Contraté cantores estupendos, tanto hombres como mujeres, y tuve muchas mujeres hermosas. ¡Tuve todo lo que un hombre puede desear! [9] De modo que me hice más poderoso que todos los que vivieron en Jerusalén antes que yo, Y MI SABIDURÍA NUNCA ME FALLÓ. [10] TODO LO QUE QUISE LO TUVE; no me negué ningún placer. Hasta descubrí que ME DABA GRAN SATISFACCIÓN TRABAJAR ARDUA Y DURAMENTE, [POR] LA RECOMPENSA DE TODA MI LABOR.
[11] pero al observar todo lo que había logrado con tanto esfuerzo, VI QUE NADA TENÍA SENTIDO; era como perseguir el viento. NO HABÍA ABSOLUTAMENTE NADA QUE VALIERA LA PENA EN ESTE MUNDO.
¿Notasteis? Esa búsqueda del poder y la grandeza suele ser placentera y suele producir satisfacción; pero es pura vanidad de vanidades, dijo el Predicador. Jesús contó una parábola de un hombre que habiendo tenido una gran cosecha aquel año, decidió entonces dar placer y regocijo a su alma construyendo grandes silos, etc. Meditó bien el plan de placeres y disfrute que después de tanto trabajo disfrutaría. Pero su insensatez no lo dejó ver que moriría tranquilito aquella noche que calculaba su placentero futuro.
Y uno se pregunta: ¿Y es malo, acaso, honesta y honradamente trabajar duro para luego disfrutar como un bohemio, turista, etc.? ¿Es acaso malo desarrollar grandes proyectos y construir mansiones, tener un jardín, sirvientes y tener un asiento asegurado en el partido de mi deporte favorito y en el teatro? ¿Es malo el disfrute y el placer?
La respuesta está dada por el gran sabio. Eso es una estupidez mayúscula. Lo mismo repitió nuestro Señor.
¿Acaso la vida de arduo trabajo, o la vida placentera y bohemia glorifican a Dios? Difícilmente esos quehaceres glorifiquen a nuestro Padre.
¿Y tener una casa grande con su patio y jardín, y alguna villita modesta en la montaña o en el lago? El problema es el costo de esas cosas.
Los discípulos del Señor, ante la triste represalia de Jesús al Joven Rico (Lucas 18), se vieron obligados a preguntar: ¿Señor, y nosotros que (contrario a ese hombre que se acaba de retirar muy apesadumbrado por lo que tú le dijiste que debía hacer con sus bienes) lo hemos dejado todo -hasta nuestros negocios y familias- y te hemos seguido: qué nos toca?
Jesús les respondió:
“No hay nadie que, siguiéndome a Mí, en esta vida haya dejado su casa, su familia, sus posesiones, que no haya de recibir cien veces más (de lo abandonado por Jesús) en esta vida, y en la venidera la vida eterna”.
Cuidado hermanos. Las cosas de este mundo, especialmente las obras civiles, sus artefactos, su política y sus placeres son muy, muy, muy atractivos al alma humana. Pero su fin conduce a la muerte.
Sigamos cimentados en la fe y la esperanza de gloria. Lo que hemos dejado o estamos por dejar por Cristo, es insignificante cuando lo pesamos junto a la gloria porvenir; la gloria postrera demanda un abandono del mundo y sus cosas.
Nuestra ciudadanía y nuestro tesoro deben ser hechos en los cielos. ¡Nunca aquí!
¡Amén!

Juan Carlos de la Cruz Nació de nuevo cuando tuvo 10 años; si bien confiesa que se reconvirtió varias veces en su juventud temprana. Está casado con la doctora en medicina, teóloga, músico y maestra Anabel Santos. La pareja ha procreado dos hijos, Christ y Carlos (adolescentes ahora). Juan, además ha sido Pastor Bautista por mas de dos décadas (ver www.facebook.com/ibnjrd). Además de ingeniero químico, Juan es teólogo, ostentando múltiples maestrías en los campos de Ciencia y Teología, incluyendo un doctorado en Filosofía (PhD). Juan ha trabajado en diversos campos, es un escritor de profusa pluma, con unos 20 ‘libros’ publicados hasta ahora (en varias editoriales), decenas de ‘artículos profesionales’ (en múltiples plataformas y revistas), y más de ‘artículos de opiniones’ en periódicos y páginas diversas.